Page 851 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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mayor poder, mantuvo la misma sencillez de costumbres y de apariencias que
en sus épocas de adversidad. […] Aquella renunciación perfecta a sí mismo —
unida a una devoción aparentemente sincera— que encontramos en las
diversas fases de su fortuna es lo que nos deja perplejos a la hora de hacer una
valoración justa del carácter de Mahoma. […] Cuando daba vueltas en torno al
lecho de muerte de su hijito Ibrahim, su conducta manifestaba resignación a la
voluntad de Dios por debajo de su inmensa aflicción y lo consolaba la
esperanza de reunirse pronto con su hijo en el Paraíso. [224]
Cuando, después de la muerte del Profeta, interrogaron a Aisha acerca de sus
hábitos, ella respondió que él se arreglaba su propia ropa, se hacía su propio calzado y
la ayudaba en las tareas domésticas. ¡Cuán lejos de las concepciones occidentales
sobre el carácter sanguinario de Mahoma queda el sencillo reconocimiento por parte
de Aisha de que lo que más le gustaba era coser! También aceptaba las invitaciones de
los esclavos y se sentaba a comer con los criados y se declaraba un servidor. De todos
los vicios, el que más odiaba era la mentira. Antes de morir liberó a todos sus
esclavos. Jamás permitió que su familia utilizara con fines personales las limosnas ni
los diezmos de su gente. Era aficionado a los dulces y usaba el agua de lluvia para
beber. Dividía su tiempo en tres partes: a saber: la primera la dedicaba a Dios, la
segunda a su familia y la tercera a sí mismo, aunque después sacrificaba la última al
servicio de los demás. Vestía casi siempre de blanco, aunque también usaba el rojo, el
amarillo y el verde. Mahoma entraba en La Meca con un turbante negro y con un
estandarte negro. Solo se ponía las prendas más sencillas y decía que las vestiduras
ricas y ostentosas no eran apropiadas para los piadosos; no se quitaba los zapatos para
rezar. Le preocupaba en particular tener los dientes limpios y en el momento de morir,
cuando estaba demasiado débil para hablar, hizo señas de que deseaba un
mondadientes. Cuando tenía miedo de olvidar algo, el Profeta se ataba un hilo al
anillo. Una vez tenía un anillo de oro muy bueno, pero, al observar que a sus
seguidores les había dado por imitar lo y usar anillos similares, se quitó el suyo y lo
arrojó lejos, para no crear en ellos un mal hábito. [225]