Page 386 - Dune
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subsiguiente. Chani retiró el tubo, pasando el saco a las innumerables manos que lo
           reclamaban desde el suelo de la caverna. Los ojos de Paul se centraron en su brazo,
           en la verde banda de luto atada allí.

               Mientras se levantaban, Chani vio la dirección de su mirada.
               —Puedo llorarle en la felicidad de las aguas —dijo—. Esto es algo que nos ha
           dejado. —Puso sus manos en las de él y le arrastró a lo largo de la plataforma rocosa

           —. Somos iguales en una cosa, Usul. Ambos hemos perdido un padre a manos de los
           Harkonnen.
               Paul la siguió. Le parecía que su cabeza había sido separada de su cuerpo y luego

           vuelta  a  colocar  con  extrañas  conexiones.  Sentía  sus  piernas  como  lejanas  y
           reblandecidas.
               Entraron  en  un  estrecho  corredor  lateral,  cuyas  paredes  estaban  débilmente

           iluminadas por globos espaciados. Paul sentía que la droga empezaba a producir un
           único efecto en él, abriendo el tiempo como si fuera una flor. Tuvo que apoyarse en

           Chani para no caer, cuando ella giró hacia otro túnel oscuro. El contacto de su carne
           tierna y firme bajo sus ropas excitó su sangre. La sensación se mezcló con el efecto
           de la droga, replegando el futuro y el pasado dentro del presente, en una triple y casi
           instantánea focalización.

               —Te conozco, Chani —susurró—. Estábamos sentados en una cornisa sobre la
           arena y yo calmé tu miedo. Nos acariciamos en la oscuridad del sietch. Nosotros…

           —todo se desenfocó ante sus ojos, agitó la cabeza, vaciló.
               Chani le sostuvo, le condujo a través de los pesados cortinajes amarillos hasta el
           calor de un apartamento privado… mesas bajas, almohadones, un colchón bajo un
           cobertor naranja.

               Paul captó vagamente que se habían detenido, que Chani estaba de pie frente a él,
           mirándole, y que sus ojos traicionaban un tranquilo terror.

               —Debes decírmelo —susurró ella.
               —Tú eres Sihaya —dijo Paul—, la primavera del desierto.
               —Cuando la tribu comparte el Agua —dijo ella—, somos uno… todos nosotros.
           Nos…  compartimos.  Puedo…  sentir  a  los  demás  conmigo.  Pero  tengo  miedo  de

           compartir contigo.
               —¿Por qué?

               Intentó  concentrarse  en  ella,  pero  el  pasado  y  el  futuro  se  confundían  con  el
           presente,  ofuscando  su  imagen.  La  vio  en  un  número  incontable  de  lugares  y  de
           situaciones.

               —Hay algo aterrador en ti —dijo ella—. Cuando te he apartado de los demás… lo
           he hecho porque esto era lo que querían. Tú… empujas a la gente. Tú… ¡haces ver
           cosas!

               Paul se obligó a sí mismo a hablar distintamente:




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