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Ninguna mujer, ningún hombre, ningún niño consiguió jamás penetrar en la intimidad
de mi padre. Si alguien tuvo alguna vez una relación parecida a lo que podría ser una
camaradería con el Emperador Padishah, este fue el Conde Hasimir Fenring, un
compañero suyo de infancia. La medida de la amistad del Conde Fenring puede ser
evaluada por un hecho positivo: él fue quien calmó las sospechas del Landsraad, tras el
Asunto Arrakis. Costó más de un billón de solaris en especia, eso al menos es lo que
dice mi madre, y también muchas otras concesiones: esclavas, honores reales y títulos
nobiliarios. Pero la segunda y más importante evidencia de la amistad del Conde fue
negativa. Se negó a matar a un hombre, pese a que entraba dentro de sus capacidades y
mi padre se lo había ordenado. Narraré esto más adelante.
El Conde Fenring: un bosquejo, por la PRINCESA IRULAN
El Barón Vladimir Harkonnen, lleno de rabia, avanzó por el corredor que conducía a
sus apartamentos privados, cruzando rápidamente las manchas de luz que el atardecer
hacía derramarse a través de las ventanas. Flotaba y se contorsionaba en sus
suspensores con violentos movimientos.
Atravesó como un huracán la cocina privada, pasó la biblioteca, cruzó la pequeña
sala de recepción y la antecámara de la servidumbre, donde ya era la hora de la siesta.
El capitán de los guardias, Iakin Nefud, estaba echado en un diván al otro lado de
la estancia, con el estupor de la semuta reflejándose en su plano rostro, el lamentoso
maullido de la música de semuta flotando a su alrededor. Junto a él estaba su corte
personal, presta a servirle.
—¡Nefud! —rugió el Barón.
Los hombres se apartaron estremecidos.
Nefud se puso en pie, el rostro repentinamente blanco por el miedo pese al
narcótico. La música de semuta se interrumpió.
—Mi Señor Barón —dijo Nefud. Sólo la droga impedía que su voz temblara.
El Barón examinó los rostros que le rodeaban, viendo las miradas desprovistas de
emoción de todos ellos. Volvió su atención a Nefud, hablando en tono melifluo:
—¿Cuánto tiempo hace que eres capitán de mis guardias, Nefud?
Nefud deglutió.
—Desde Arrakis, mi Señor. Casi dos años.
—¿Y siempre has anticipado los peligros que podían amenazar mi persona?
—Ha sido siempre mi único deseo, mi Señor.
—Entonces, ¿dónde está Feyd-Rautha? —retumbó el Barón.
Nefud retrocedió.
—¿Mi Señor?
—¿Acaso no consideras a Feyd-Rautha como un peligro para mi persona? —su
voz era de nuevo meliflua.
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