Page 391 - Dune
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Nefud se humedeció los labios con la lengua. Los efectos de la semuta se iban
           diluyendo en sus ojos.
               —Feyd-Rautha está en las dependencias de los esclavos, mi Señor.

               —De nuevo con mujeres, ¿eh? —el Barón tembló en el esfuerzo por contener su
           ira.
               —Señor, puede que…

               —¡Silencio!
               El  Barón  avanzó  otro  paso  en  la  antecámara,  notando  cómo  los  hombres
           retrocedían, dejando un sutil vacío alrededor de Nefud, distanciándose un poco del

           objeto de su furor.
               —¿Acaso no te he ordenado que sepas en cada instante dónde se encuentra el na-
           Barón? —preguntó el Barón. Dio otro paso adelante—. ¿Acaso no te he ordenado que

           sepas exactamente todo lo que dice, y a quién? —otro paso—. ¿Acaso no te he dicho
           que me mantengas informado de cada una de sus visitas a las dependencias de los

           esclavos?
               Nefud tragó saliva. Gotas de transpiración perlaban su frente.
               —¿Acaso  no  te  he  dicho  todo  eso?  —concluyó  el  Barón,  con  una  voz  llana  y
           desprovista de énfasis.

               Nefud asintió.
               —¿Y acaso no te he dicho también que examines a todos los muchachos esclavos

           que me sean enviados, y que tienes que hacerlo… personalmente?
               Nefud asintió de nuevo.
               —Entonces, ¿es que no has visto la mancha en el muslo del que me has enviado
           esta tarde? —preguntó el Barón—. ¿Es posible que tú…?

               —Tío.
               El  Barón  se  volvió  bruscamente,  fulminando  con  la  mirada  a  Feyd-Rautha,

           inmóvil en el umbral. La presencia de su sobrino allí, en aquel preciso momento —la
           ansiosa mirada que el muchacho no podía disimular—, todo aquello revelaba muchas
           cosas. Feyd-Rautha tenía su propio servicio de espionaje centrado en el Barón.
               —Hay un cadáver en mis habitaciones que deseo sea retirado —dijo el Barón, y

           rozó con su mano el arma de proyectiles oculta bajo sus ropas, felicitándose de que su
           escudo fuera el mejor.

               Feyd-Rautha dirigió una mirada a los dos guardias inmóviles junto a la pared de
           la derecha, y asintió. Los dos se apresuraron hacia la puerta y a lo largo del corredor
           que llevaba a los apartamentos del Barón.

               Esos dos, ¿eh?, pensó el Barón. ¡Ah, ese joven monstruo tiene aún mucho que
           aprender acerca de conspiraciones!
               —Presumo que todo estaba tranquilo en las dependencias de los esclavos cuando

           las has abandonado, Feyd —dijo el Barón.




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