Page 393 - Dune
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—Estoy a tu disposición —dijo Feyd-Rautha. Se inclinó, pensando: Me ha
cogido.
—Después de ti —dijo el Barón, y señaló la puerta.
Feyd-Rautha traicionó su miedo con un instante de vacilación. ¿He fracasado
totalmente?, se dijo. ¿Va a clavarme una hoja envenenada en la espalda…
lentamente, a través del escudo? ¿Ha encontrado acaso algún otro sucesor?
Dejémosle saborear este momento de terror, pensó el Barón, avanzando tras su
sobrino. Será mi sucesor, pero yo escogeré el momento. ¡No le permitiré destruir todo
lo que yo he edificado!
Feyd-Rautha intentaba no avanzar demasiado aprisa. Sintió la piel de su espalda
erizarse, como si su propio cuerpo se preguntase cuándo llegaría el golpe. Sus
músculos se tensaban y se relajaban alternativamente.
—¿Has oído las últimas noticias de Arrakis? —preguntó el Barón.
—No, tío.
Feyd-Rautha se obligó a no volverse. Penetró en otro corredor, fuera del área de
servicio.
—Hay un nuevo profeta o jefe religioso de algún tipo entre los Fremen —dijo el
Barón—. Le llaman Muad’Dib. Realmente divertido. Quiere decir «el Ratón». He
dicho a Rabban que les deje que tengan su propia religión. Eso les mantendrá
ocupados.
—Muy interesante, tío —dijo Feyd-Rautha. Penetró en el corredor privado de las
habitaciones de su tío, pensando: ¿Porqué me habla de la religión? ¿Hay en ello
alguna sutil alusión que me concierne?
—Sí, ¿verdad? —dijo el Barón.
Entraron en los apartamentos del Barón, atravesando el salón de recepciones
hacia el dormitorio. Había allí sutiles signos de lucha: una lámpara a suspensor
desplazada, un almohadón en el suelo, una bobina hipnótica completamente abierta
en el cabezal.
—Era un plan muy hábil —dijo el Barón. Mantuvo su escudo corporal al
máximo, se detuvo e hizo frente a su sobrino—. Pero no lo suficiente. Dime, Feyd,
¿por qué nunca me has golpeado tú mismo? Has tenido suficientes ocasiones.
Feyd-Rautha tomó una silla a suspensor, hizo un esfuerzo mental y se sentó, sin
haber sido invitado a ello.
Ahora debo ser audaz, pensó.
—Eres tú quien me ha enseñado a mantener mis manos limpias —dijo.
—Ah, sí —dijo el Barón—. Cuando te halles ante el Emperador, debes poder
decirle con toda sinceridad que no has sido tú quien ha cometido el delito. La bruja
que vela tras el Emperador escuchará tus palabras y sabrá inmediatamente si son
verdaderas o falsas. Sí. Te he advertido acerca de esto.
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