Page 397 - Dune
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—¿Y cuándo la llevará a cabo?
               —Su pensamiento no llega hasta allí. Hawat es uno de esos hombres que deben
           servir a los otros, aunque él mismo no lo sepa.

               —Yo  he  aprendido  mucho  de  Hawat  —admitió  Feyd-Rautha,  y  sintió  que  sus
           palabras decían verdad—. Pero cuanto más aprendo de él, más convencido estoy de
           que deberíamos eliminarle… y pronto.

               —¿No te gusta la idea de que te vigile?
               —Hawat vigila a todo el mundo.
               —Y podría ponerte en el trono. Hawat es astuto. También es peligroso, tortuoso.

           Pero aún no voy a privarle del antídoto. Una espada es siempre peligrosa, Feyd, de
           acuerdo. Pero tenemos una funda especial para esta espada en particular. El veneno
           que hay en él. Bastará suprimirle el antídoto y la muerte le engullirá.

               —En  cierto  sentido,  es  como  en  la  arena  —dijo  Feyd-Rautha—.  Fintas  en  las
           fintas de las fintas. Uno tiene que observar hacia qué lado se inclina el gladiador, en

           qué dirección mira, cómo empuña su cuchillo.
               Asintió  para  sí  mismo,  viendo  que  aquellas  palabras  complacían  a  su  tío  pero
           pensando: ¡Sí! ¡Como en la arena! ¡Pero aquí es la mente la que hiere!
               —Ahora  puedes  ver  cómo  me  necesitas  —dijo  el  Barón—.  Todavía  soy  útil,

           Feyd.
               Como una espada que se empuña hasta que está completamente mellada, pensó

           Feyd-Rautha.
               —Sí, tío —dijo.
               —Y ahora —dijo el Barón—, vamos a ir a las dependencias de los esclavos, los
           dos. Y yo te observaré mientras tú, con tus propias manos, matas a todas las mujeres

           en el ala del placer.
               —¡Tío!

               —Traeremos otras mujeres, Feyd. Pero ya te he dicho que no quiero que cometas
           ningún error conmigo sin tener que pagarlo.
               El rostro de Feyd-Rautha se ensombreció.
               —Pero tío, tú…

               —Aceptarás tu castigo, y aprenderás algo de él —dijo el Barón.
               Feyd-Rautha captó la maligna mirada de los ojos de su tío. Y yo recordaré esta

           noche, pensó. Y, junto con ella, muchas otras noches.
               —No vas a negarte —dijo el Barón.
               ¿Y qué harías tú si yo me negara, viejo?, se preguntó Feyd-Rautha.

               Pero  sabía  que  habría  otros  castigos,  mucho  más  sutiles  que  éste,  mucho  más
           dolorosos, para doblegarle a su voluntad.
               —Te conozco, Feyd —dijo el Barón—. No vas a negarte.

               De acuerdo, pensó Feyd-Rautha. De momento, te necesito. Lo he comprendido. El




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