Page 392 - Dune
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—Estaba jugando al cheops con el maestro de esclavos —dijo Feyd-Rautha, y
pensó: ¿Qué es lo que ha fallado? El muchacho que le hemos mandado está
obviamente muerto. Pero era perfecto para su trabajo. Ni el propio Hawat hubiera
podido escogerlo mejor. ¡El muchacho era perfecto!
—Así que jugabas al ajedrez pirámide —dijo el Barón—. Qué encantador. ¿Quién
ha ganado?
—Esto… eh… yo, tío —y Feyd-Rautha se esforzó en contener su inquietud.
El Barón hizo chasquear sus dedos.
—Nefud, ¿quieres estar de nuevo en gracia conmigo?
—Señor, ¿qué es lo que he hecho? —balbuceó Nefud.
—Ya no tiene importancia ahora —dijo el Barón—. Feyd ha ganado al maestro de
esclavos al cheops. ¿Lo has oído?
—Sí… Señor.
—Quiero que tomes tres hombres y vayas a ver al maestro de esclavos —dijo el
Barón—. Estrangula al maestro de esclavos. Luego tráeme su cuerpo para que pueda
ver si el trabajo ha sido hecho como correspondía. No podemos tener a nuestro
servicio a un jugador de ajedrez tan inepto.
Feyd-Rautha palideció y avanzó un paso.
—Pero tío, yo…
—Más tarde, Feyd —dijo el Barón, agitando una mano—. Más tarde.
Los dos guardias que habían sido enviados a los apartamentos del Barón para
retirar el cuerpo del joven esclavo pasaron apresuradamente por la antecámara con su
oscilante carga, cuyos brazos se arrastraban por el pavimento. El Barón les siguió con
la mirada hasta que hubieron desaparecido.
Nefud se cuadró junto al Barón.
—¿Deseáis que mate ahora mismo al maestro de esclavos, mi Señor?
—Ahora mismo —dijo el Barón—. Y cuando hayas terminado con él, añade a
esos dos que acaban de pasar. No me gusta la forma como transportaban el cuerpo.
Esas cosas han de hacerse con cuidado. Quiero ver también sus cadáveres.
—Mi Señor, si hay algo que yo… —dijo Nefud.
—Haz lo que tu dueño te ha ordenado —dijo Feyd-Rautha. Y pensó: Todo lo que
puedo esperar ahora es salvar mi piel.
¡Bien!, pensó el Barón. Ahora sabe al menos cómo limitar sus pérdidas. Sonrió
para sí mismo. También sabe cómo complacerme y evitar que mi ira caiga sobre él.
Sabe que debo preservarlo. ¿A qué otro podría pasar las riendas que un día tendré
que abandonar? Ningún otro es tan capaz. ¡Pero tiene aún tanto que aprender! Y
debo preservarme a mí mismo mientras él aprende.
Nefud designó a los hombres que debían acompañarle y salió de la estancia.
—¿Quieres acompañarme a mis habitaciones, Feyd? —preguntó el Barón.
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