Page 443 - Dune
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—Es un ejemplar grande —dijo Paul.
               Un estrépito metálico procedente de la factoría sonó a sus espaldas. La gran masa
           estaba girando sobre sí misma como un gigantesco insecto, moviéndose pesadamente

           hacia las rocas.
               —Lástima que no hayamos podido salvar el ala de acarreo —dijo Paul.
               Gurney  le  miró,  observando  después  las  manchas  de  humeantes  restos  en  el

           desierto, donde el ala y los ornitópteros habían sido abatidos por los cohetes Fremen.
           Sintió un repentino dolor por los hombres perdidos allí… sus hombres.
               —Tu padre hubiera llorado más bien por los hombres que no había podido salvar

           —dijo.
               Paul le dirigió una dura mirada, luego bajó los ojos.
               —Eran tus amigos, Gurney —dijo—. Te comprendo. Para nosotros, sin embargo,

           eran  unos  intrusos.  Podían  ver  cosas  prohibidas.  Tú  también  tendrías  que
           comprenderlo.

               —Comprendo perfectamente —dijo Gurney—. Ahora, me siento curioso por ver
           lo que no tenía que ver.
               Paul alzó los ojos y reconoció aquella sonrisa de viejo lobo que tan bien conocía,
           el surco de la cicatriz de estigma a lo largo de la mejilla del hombre.

               Gurney señaló con la cabeza al desierto bajo ellos. Los Fremen continuaban con
           sus tareas. No parecían estar en absoluto preocupados por la rápida aproximación del

           gusano.
               Les llegó un martilleo sordo procedente de las dunas abiertas más allá de la falsa
           mancha de especia… un sordo pulsar que hacía vibrar la roca bajo sus pies. Gurney
           vio a los Fremen dispersarse por la arena, a lo largo del camino del gusano.

               Y  el  gusano  estaba  ahora  ya  muy  cerca,  como  un  gigantesco  pez  de  arena,
           abriendo la superficie con su cresta, sus anillos reluciendo y retorciéndose. Desde su

           privilegiada posición sobre el desierto, Gurney pudo seguir la captura del gusano… el
           atrevido salto del primer hombre con los garfios, el giro de la criatura, y después todo
           el grupo de hombres escalando la moviente colina del flanco del gusano.
               —Eso es algo de lo que no tendrías que haber visto —dijo Paul.

               —Circulan muchas historias y rumores —dijo Gurney—. Pero no es una cosa que
           se  pueda  creer  sin  haberla  visto.  —Agitó  la  cabeza—.  La  criatura  que  todos  los

           hombres de Arrakis temen, y vosotros la usáis como un animal de monta.
               —Oíste  a  mi  padre  hablar  del  poder  del  desierto  —dijo  Paul—.  Ahí  está.  La
           superficie  de  este  planeta  es  nuestra.  No  hay  tormenta  ni  criaturas  que  puedan

           detenernos.
               Nosotros,  pensó  Gurney.  Se  refiere  a  los  Fremen.  Está  hablando  de  sí  mismo
           como de uno de ellos. Miró nuevamente al azul de especia de los ojos de Paul. Sabía

           que también sus propios ojos tenían un toque de este color, pero los contrabandistas




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