Page 440 - Dune
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hacia su cuchillo, para fijarse luego en sus propios ojos.
—Deja el cuchillo en su funda, Gurney Halleck —dijo el hombre.
Gurney vaciló. Aquella voz tenía un sonido extrañamente familiar, pese a la
distorsión producida por el filtro del destiltraje.
—¿Conoces mi nombre? —dijo.
—No necesitas el cuchillo conmigo, Gurney —dijo el hombre. Se irguió,
introdujo su crys en la funda bajo sus ropas—. Di a tus hombres que cesen en su
inútil resistencia.
El hombre echó hacia atrás la capucha y retiró su filtro.
El shock producido por lo que vio tensó los músculos de Gurney. Por un
momento creyó hallarse contemplando el fantasma del Duque Leto Atreides. Luego,
la comprensión fue llegando lentamente.
—Paul —jadeó. Y más fuerte—: Paul, ¿eres realmente tú?
—¿No crees en tus propios ojos? —preguntó Paul.
—Se decía que estabas muerto —dijo Gurney con voz ronca. Dio medio paso
hacia adelante.
—Di a tus hombres que se rindan —ordenó Paul. Señaló hacia abajo, a las
estibaciones inferiores de la cresta.
Gurney se volvió, reluctante, sin acabar de decidirse a apartar sus ojos de Paul.
Vio tan sólo algunos combatientes aislados. Los encapuchados hombres del desierto
parecían estar en todas partes. El tractor estaba inmóvil y silencioso, con un grupo de
Fremen encima de él. No se oía a ningún aparato sobre sus cabezas.
—¡Alto la lucha! —gritó Gurney. Inspiró profundamente, hizo bocina con las
manos y repitió—: ¡Aquí Gurney Halleck! ¡Alto la lucha!
Lentamente, las figuras que luchaban se separaron. Ojos interrogantes se
volvieron hacia él.
—¡Son amigos! —gritó Gurney.
—¡Vaya amigos! —respondió una voz—. ¡La mitad de nuestra gente ha muerto!
—Ha sido un error —dijo Gurney—. No lo empeoréis.
Se volvió de nuevo hacia Paul, mirando fijamente a sus azules ojos enteramente
Fremen.
Una sonrisa afloró a la boca de Paul, pero había una dureza en aquella expresión
que a Gurney le recordó al Viejo Duque, el abuelo de Paul. Vio entonces una serie de
detalles en Paul que nunca había visto antes en los Atreides: un cuerpo delgado y
nervioso, una piel coriácea, una mirada atenta y calculadora.
—Se decía que estabas muerto —repitió Gurney.
—Y me ha parecido que la mejor protección es que sigan creyéndolo —dijo Paul.
Gurney se dio cuenta de que aquella sería la única disculpa que oiría nunca por
haber sido abandonado a sus propios recursos, dejándole creer que el joven Duque…
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