Page 442 - Dune
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recuerdo de su problema aún no solucionado con Stilgar enfrió en parte su alegría.
—Stilgar —dijo—, este es Gurney Halleck, del que me has oído hablar. El
maestro de armas de mi padre, uno de los que me enseñaron a combatir, un viejo
amigo. Puede confiarse en él para cualquier aventura.
—Entiendo —dijo Stilgar—. Tú eres su Duque.
Paul observó el oscuro rostro encima suyo, preguntándose qué razones habían
impelido a Stilgar a decir precisamente aquello. Su Duque. Había habido una extraña,
sutil entonación en la voz de Stilgar, como si quisiera decir alguna otra cosa. Y esto
no era propio de Stilgar, que era un jefe Fremen, un hombre que decía lo que
pensaba.
¡Mi Duque!, pensó Gurney. Miró a Paul como si le viera por primera vez. Sí, con
Leto muerto, el título recae sobre los hombros de Paul.
El esquema de la guerra de los Fremen en Arrakis adquirió una nueva fisonomía
en la mente de Gurney. ¡Mi Duque! Algo que ya estaba muerto en las profundidades
de su consciencia empezó de nuevo a vivir. Sólo en parte oyó a Paul ordenando que
los contrabandistas fueran desarmados hasta el momento de ser interrogados.
La mente de Gurney volvió a la realidad cuando oyó protestar a algunos de sus
hombres. Agitó la cabeza y se volvió.
—¿Estáis sordos? —gritó—. Este es el legitimo Duque de Arrakis. Haced lo que
os ordena.
Gruñendo, los contrabandistas se resignaron.
Paul se acercó a Gurney, hablando en voz baja.
—Nunca hubiera esperado que cayeras en esa trampa, Gurney.
—He sido bien castigado —dijo Gurney—. Estoy por apostar que aquella mancha
de especia no tiene más espesor que un grano de arena, un cebo para atraernos.
—Ganarías tu apuesta —dijo Paul. Miró a los hombres que iban siendo
desarmados—. ¿Hay algunos otros hombres de mi padre entre tu equipo?
—Ninguno. Están todos dispersos. Algunos están entre los comerciantes libres.
Muchos han gastado todas sus ganancias en irse de este lugar.
—Pero tú te quedaste.
—Yo me quedé.
—Porque Rabban está aquí —dijo Paul.
—Pensé que no me quedaba nada excepto la venganza —dijo Gurney.
Un grito extrañamente sincopado resonó en la cima de la cresta. Gurney miró
hacia arriba y vio a un Fremen agitando un pañuelo.
—Se acerca un hacedor —dijo Paul. Avanzó hacia un espolón rocoso, seguido
por Gurney, y miró hacia el sudoeste. La ola de arena levantada por el gusano era
visible a mitad de camino entre las rocas y el horizonte, un rastro coronado de polvo
que cortaba directamente el desierto en dirección a ellos.
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