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                                  Cuando la ley y el deber son una sola cosa, unida a la religión, uno pierde algo de su
                                  consciencia. Entonces, uno es algo menos que un individuo completo.

                                          De Muad’Dib: Las noventa y nueve maravillas del universo, por la PRINCESA
                                                                                                      IRULAN



           La factoría de especia de los contrabandistas, con su ala de acarreo y su anillo de

           zumbantes ornitópteros, avanzaba sobre las dunas como si fuera una reina rodeada
           por su cohorte de insectos. Algunas crestas rocosas de escasa altura aparecieron en su
           camino,  parecidas  a  una  imitación  en  miniatura  de  la  Muralla  Escudo.  La  última
           tormenta había barrido completamente la arena de las rocas.

               En la burbuja de mandos de la factoría, Gurney Halleck se inclinó hacia adelante,
           ajustó las lentes de aceite de sus binoculares y exploró el paisaje. Más allá de la cresta

           vio una mancha oscura que podía ser una explosión de especia, e hizo una señal al
           ornitóptero más cercano para que fuera a investigar.
               El  tóptero  osciló  sobre  sus  alas,  indicando  que  había  recibido  el  mensaje.  Se
           apartó del enjambre, picando hacia la zona más oscura de arena, y dio una vuelta

           sobre el área lanzando los dardos de sus detectores hacia la superficie.
               Casi inmediatamente replegó sus alas y se lanzó en picado, girando en círculo y

           confirmando así a la factoría que aguardaba, que aquel era un depósito de especia.
               Gurney bajó sus binoculares, observando que los demás también habían visto la
           señal. Le gustaba aquel lugar. La cresta rocosa ofrecía una cierta protección. Estaban

           en la profundidad del desierto, era un lugar poco adecuado para una emboscada… sin
           embargo… Gurney indicó a un aparato que sobrevolara las rocas y envió a otros a
           tomar  posiciones  en  distintos  puntos  rodeando  la  zona…  no  a  mucha  altitud  para

           evitar ser descubiertos por los detectores Harkonnen de largo alcance.
               Pero dudaba que las patrullas Harkonnen se aventurasen tan lejos hacia el sur.
           Aquel era un territorio Fremen.

               Gurney  revisó  sus  armas,  maldiciendo  el  hecho  que  hacía  los  escudos
           inutilizables allí. Cualquier cosa que pudiera atraer a un gusano debía ser evitada a
           toda costa. Se frotó su cicatriz de estigma a lo largo de su mejilla, estudiando el lugar,

           y decidió que sería más seguro descender con un grupo de hombres a pie, entre las
           rocas.  La  inspección  a  pie  seguía  siendo  aún  la  más  segura.  Uno  no  era  nunca
           demasiado prudente cuando los Fremen y los Harkonnen se cortaban mutuamente el

           cuello.
               Eran  los  Fremen  sin  embargo  los  que  le  preocupaban  ahora.  La  especia  les
           importaba poco, pero se mostraban como unos verdaderos demonios si alguien metía

           un pie en un territorio que consideraban prohibido. Y, desde hacía una temporada,




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