Page 439 - Dune
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y luego otro. Vomitaron los pelotones de Gurney, y volvieron a alzar el vuelo.
Gurney probó sus músculos en el destiltraje, tensándolos. Se quitó la máscara y el
filtro de la cara, perdiendo humedad para cumplir una necesidad más imperiosa:
obtener toda la potencia de su voz para gritar sus órdenes. Empezó a escalar las rocas,
tanteando el terreno: guijarros y arena gruesa bajo sus pies, y el característico olor de
la especia.
Un buen emplazamiento para una base de emergencia, pensó. Sería provechoso
enterrar algunos pertrechos aquí.
Se volvió hacia sus hombres, que le seguían en formación dispersa. Buenos
elementos, incluso los nuevos a los que no había tenido tiempo de someter a prueba.
Buenos elementos. No necesitaba tener que repetirles constantemente lo que tenían
que hacer. No se apreciaba el destello de ningún escudo entre ellos. No había
cobardes en su grupo llevando consigo algún escudo que pudiera atraer a un gusano y
arruinar todo el trabajo de recogida de la especia.
Desde el lugar donde se encontraba, en una elevación entre las rocas, Gurney veía
claramente la oscura mancha de la especia, a medio kilómetro de distancia
aproximadamente, y el tractor acercándose a su centro. Alzó la vista hacia la
protección aérea, calculando su cota… no demasiado alta. Asintió para sí mismo y
reemprendió la ascensión.
En aquel instante, la cresta estalló.
Doce cegadores chorros de llamas rugieron hacia arriba, en dirección a los
tópteros y al ala de acarreo. Al mismo tiempo, un horrísono fragor metálico le llegó
desde el tractor, y las rocas en torno a Gurney empezaron a vomitar hombres
encapuchados.
Gurney tuvo tiempo de pensar: ¡Por los cuernos de la Gran Madre! ¡Cohetes!
¡Están utilizando cohetes!
Luego se encontró frente a frente con una figura encapuchada agazapada sobre sí
misma, con un crys en la mano apuntándole. Otros dos hombres saltaron de las rocas,
a su izquierda y a su derecha. Sólo los ojos del guerrero frente a él eran visibles para
Gurney, entre la capucha y el velo del albornoz color arena, pero su actitud y la
tensión en que se mantenía encogido, preparado para saltar, le advirtieron que se
trataba de un combatiente hábil y entrenado. Sus ojos tenían el azul de los Fremen del
desierto profundo.
Gurney movió una mano hacia el cuchillo, manteniendo los ojos fijos en el crys
del otro. Si se atrevían a usar cohetes, esto quería decir que disponían de otras armas
a proyectiles. Aquel momento requería una extrema cautela. Por el ruido sabía que la
mayor parte de su cobertura aérea había sido abatida. A sus espaldas se oían gruñidos,
imprecaciones, un rumor de lucha.
Los ojos de su adversario habían seguido el movimiento de la mano de Gurney
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