Page 449 - Dune
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mirando  a  los  muertos  y  heridos—.  Me  considero  responsable  por  este  error,
           Muad’Dib.
               —¿Cuántos de esos Sardaukar había aquí, Gurney? —preguntó Paul.

               —Diez.
               Paul  saltó  al  suelo  de  la  caverna,  avanzando  hasta  detenerse  a  un  metro  del
           Sardaukar que había hablado.

               Notó que los Fedaykin se tensaban. No les gustaba verle exponerse a un peligro.
           Esto  era  lo  primero  que  debían  impedir,  ya  que  ningún  Fremen  quería  perder  la
           sabiduría de Muad’Dib.

               —¿A cuánto ascienden nuestras pérdidas? —preguntó Paul al lugarteniente, sin
           volverse.
               —Cuatro heridos y dos muertos, Muad’Dib.

               Paul captó un movimiento tras los Sardaukar. Chani y Stilgar aparecieron por el
           otro corredor. Volvió su atención al Sardaukar, observando el blanco de otro mundo

           en los ojos del hombre que había hablado.
               —¿Cuál es tu nombre? —preguntó.
               El hombre se envaró, mirando a derecha e izquierda.
               —No lo intentes —dijo Paul—. Es obvio que os han ordenado buscar y destruir a

           Muad’Dib. Estoy seguro de que habéis sido vosotros quienes habéis sugerido que se
           buscase la especia en el desierto profundo.

               Una sofocada exclamación de Gurney, a sus espaldas, provocó una leve sonrisa
           en los labios de Paul.
               La sangre afluyó al rostro del Sardaukar.
               —Ese que ves ante ti es más que Muad’Dib —dijo Paul—. Siete de los vuestros

           muertos contra dos de los nuestros. Tres por uno.
               No está mal contra los Sardaukar, ¿eh?

               El hombre se alzó sobre la punta de los pies, dejándose caer de nuevo cuando los
           Fedaykin avanzaron hacia él.
               —He preguntado tu nombre —dijo Paul, utilizando la Voz—. ¡Dime tu nombre!
               —¡Capitán Aramsham, Sardaukar Imperial! —restalló el hombre. Los músculos

           de  sus  mejillas  se  relajaron.  Miró  a  Paul,  confuso.  Hasta  aquel  momento  había
           considerado  aquella  caverna  como  una  madriguera  de  bárbaros,  pero  sus  ideas

           estaban cambiando.
               —Bien,  capitán  Aramsham  —dijo  Paul—,  los  Harkonnen  pagarían  una  buena
           cantidad para saber lo que tú sabes ahora. Y el Emperador… ¿qué estaría dispuesto a

           pagar por saber que hay un Atreides que aún sigue vivo pese a su traición?
               El capitán miró a derecha e izquierda, hacia los dos hombres que le quedaban.
           Paul  casi  podía  ver  los  pensamientos  que  giraban  por  la  mente  del  hombre.  Los

           Sardaukar no se rendían nunca, pero el Emperador debía conocer aquella amenaza.




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