Page 519 - Dune
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hacer? El matrimonio de vuestra hija conmigo y un camino abierto para que un
Atreides se siente en el trono.
El Emperador se volvió y miró al Conde Fenring. El Conde sostuvo su mirada…
ojos grises contra ojos verdes. Cualquier palabra era inútil, se conocían desde hacía
tanto tiempo que bastaba una simple mirada.
Mata a este advenedizo por mí, estaba diciendo el Emperador. El Atreides es
joven y lleno de recursos, si… pero también está cansado por el largo esfuerzo y no
resistirá una lucha contigo. Desafíale ahora… tú sabes cómo hacerlo. Mátale.
Lentamente, Fenring movió su cabeza, un prolongado giro hacia el rostro de Paul.
—¡Adelante! —siseó el Emperador.
El Conde miró fijamente a Paul, tal como Dama Margot le había enseñado, a la
manera Bene Gesserit, consciente del misterio y la oculta grandeza que había en
aquel joven Atreides.
Podría matarle, pensó Fenring… y sabía que aquello era cierto.
Algo en sus más secretas profundidades retuvo sin embargo al Conde, y tuvo una
visión breve, inadecuada, de su superioridad frente a Paul… el lado secreto de su
persona, la furtiva cualidad de sus motivaciones que ningún ojo podía penetrar.
Paul, a través del rebullente nexo del tiempo, consiguió comprender en parte
aquello, y se explicó finalmente por qué nunca había visto a Fenring en las tramas de
su presciencia. Fenring era uno de aquellos que hubiera-podido-ser, un potencial
Kwisatz Haderach, malogrado por una mancha en su esquema genético… un eunuco,
cuyo talento estaba concentrado furtivamente, secretamente. Sintió entonces una
profunda compasión por el Conde Fenring, el primer sentimiento de fraternidad que
hasta entonces experimentara.
Fenring, leyendo la emoción de Paul, dijo:
—Majestad, rehúso.
El furor inundó a Shaddam IV. Dio dos pasos a través de su cortejo y abofeteó a
Fenring con todas sus fuerzas.
El rostro del conde se ensombreció. Alzó los ojos, miró fijamente al Emperador y
dijo, con un tranquilo y deliberado énfasis:
—Hemos sido amigos, Majestad. Lo que hago ahora lo hago tan sólo por amistad.
Olvidaré vuestro gesto.
Paul carraspeó.
—Estábamos hablando del trono, Majestad —dijo.
El Emperador se volvió bruscamente, mirando a Paul con ojos llameantes.
—¡Yo estoy en el trono! —rugió.
—Tendréis otro en Salusa Secundus —dijo Paul.
—¡He depuesto mis armas y he venido aquí confiando en tu palabra! —gritó el
Emperador—. Te atreves a amenazarme…
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