Page 515 - Dune
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sacrificado para que mi espíritu los guíe. Y si vivo, dirán que nada puede oponerse a
           Muad’Dib.
               —¿Está preparado el Atreides? —dijo Feyd-Rautha, utilizando las palabras del

           antiguo ritual kanly.
               Paul eligió responderle según la costumbre Fremen:
               —¡Pueda tu cuchillo astillarse y romperse! —señaló la hoja del Emperador en el

           suelo, indicando que Feyd-Rautha podía avanzar y tomarlo.
               Sin  apartar  su  atención  de  Paul,  Feyd-Rautha  se  inclinó  sobre  el  cuchillo,
           balanceándolo un momento en su mano para tomar su tacto. La excitación aumentaba

           en él. Este era el combate que siempre había soñado, de hombre a hombre, habilidad
           contra habilidad, sin ningún escudo interviniendo. Aquel combate le abriría el camino
           del poder, puesto que el Emperador premiaría sin la menor duda a quien eliminara a

           aquel fastidioso Duque. Incluso tal vez concediera como premio a su altanera hija y
           una  parte  del  trono.  Y  aquel  Duque  bandido,  aquel  aventurero,  no  podía  ser  un

           adversario  serio  para  un  Harkonnen  adiestrado  en  todas  las  astucias  y  todas  las
           traiciones de mil combates en la arena. Y aquel patán ignoraba que iba a enfrentarse
           con muchas más armas que un simple cuchillo.
               ¡Veremos si resistirás al veneno!, pensó Feyd-Rautha. Saludó a Paul con la hoja

           del Emperador, y dijo:
               —Prepárate a morir, loco.

               —¿Así que vamos a combatir, primo? —preguntó Paul. Avanzó con paso felino,
           los ojos fijos en la hoja ante él, su cuerpo encorvado, el lechoso crys apuntando hacia
           delante como una extensión de su brazo.
               Giraron  uno  en  torno  del  otro,  sus  pies  desnudos  haciendo  crujir  el  suelo,

           esperando la más pequeña abertura.
               —Qué bien danzas —dijo Feyd-Rautha.

               Es un hablador, pensó Paul. Esa es otra debilidad. El silencio le inquieta.
               —¿Te has arrepentido de tus faltas? —preguntó Feyd-Rautha.
               Paul seguía girando en silencio.
               Y la vieja Reverenda Madre, observando el combate desde la primera fila, al lado

           del Emperador, empezó a temblar. El Atreides había llamado primo al Harkonnen.
           Esto significaba que conocía su común ascendencia, y esto era fácil de comprender

           porque era el Kwisatz Haderach. Pero aquellas palabras la obligaron a concentrarse
           en lo único que le importaba ahora.
               Aquello  podía  ser  la  peor  catástrofe  para  los  planes  selectivos  de  las  Bene

           Gesserit.
               Había entrevisto algo de lo que Paul había comprendido allí, que Feyd-Rautha
           podía  matarle  pero  sin  salir  por  ello  victorioso.  Otro  pensamiento,  sin  embargo,

           abismó casi su mente. Allí, ante ella, los dos productos finales de un largo y costoso




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