Page 516 - Dune
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programa se enfrentaban en un combate a muerte. Si ambos morían allí, quedaría tan
sólo la hija bastarda de Feyd-Rautha, aún una niña, un factor desconocido, y Alia,
una abominación.
—Quizá tan sólo tengáis ritos paganos aquí —dijo Feyd-Rautha—. ¿Quieres que
la Decidora de Verdad del Emperador prepare tu espíritu para este viaje?
Paul sonrió, girando hacia la derecha, alerta, sus tenebrosos pensamientos
anulados por las necesidades de aquel momento.
Feyd-Rautha saltó, fintando con la derecha, pero haciendo saltar el cuchillo a su
mano izquierda.
Paul lo esquivó fácilmente, notando en el golpe de Feyd-Rautha la característica
vacilación del condicionamiento del escudo. Sin embargo, tan sólo fue una leve
vacilación, y Paul se dio cuenta de que Feyd-Rautha había combatido ya otras veces
sin escudo, o al menos se había enfrentado con adversarios desprovistos de él.
—¿Acaso un Atreides corre en lugar de combatir? —preguntó Feyd-Rautha.
Paul comenzó a girar silenciosamente. Las palabras de Idaho volvieron a él, las
palabras del adiestramiento, hacía tanto tiempo, en el campo de prácticas de Caladan:
«Usa los primeros momentos para estudiar al adversario. Así puedes perder la
posibilidad de una victoria rápida, pero estos momentos de estudio son una garantía
de éxito. Tómate tu tiempo y actúa sobre seguro».
—Tal vez piensas que esa danza prolongará tu vida unos pocos instantes —dijo
Feyd-Rautha—. Estupendo —dejó de girar, irguiéndose.
Paul había visto lo suficiente para una primera evaluación. Feyd-Rautha avanzaba
por el lado izquierdo, presentando a su adversario el flanco derecho, como si la cota
de malla pudiera protegerle todo aquel lado. Era el modo de actuar de un hombre
adiestrado en el uso del escudo y que tuviera un puñal en cada una de sus manos.
O… Y Paul vaciló… o tal vez la cota de malla era algo más de lo que parecía.
El Harkonnen parecía demasiado confiado ante un hombre que aquel mismo día
había conducido a sus fuerzas a la victoria contra las legiones Sardaukar.
Feyd-Rautha notó aquella vacilación.
—¿Por qué prolongas lo inevitable? —dijo—. No haces más que impedirme
ejercitar mis derechos sobre este mundo de basura.
Quizá sea una aguja, pensó Paul, muy bien escondida. No hay la menor huella en
la malla.
—¿Por qué no hablas? —preguntó Feyd-Rautha.
Paul reinició sus giros de estudio, permitiéndose que una gélida sonrisa fuera la
única respuesta a la inquietud que había captado en la voz de Feyd-Rautha,
evidenciando que la presión del silencio estaba haciendo su efecto.
—Sonríes, ¿eh? —dijo Feyd-Rautha. Y saltó a mitad de la frase.
Esperando una ligera vacilación, Paul casi no consiguió evitar el corte de la hoja,
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