Page 512 - Dune
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El modo como el Emperador se volvió a mirar a Paul revelaba un real desdén.
               —Creía que mi séquito estaba bajo la protección de tu palabra ducal —dijo.
               —Mi pregunta era tan sólo a título informativo —dijo Paul—. Tan sólo quería

           saber  si  algún  Harkonnen  forma  parte  oficialmente  de  vuestro  séquito,  o  se  ha
           escondido en él por pura cobardía.
               El Emperador sonrió calculadoramente.

               —Quien quiera que haya sido aceptado entre quienes me rodean forma parte de
           mi séquito.
               —Vos tenéis la palabra de un Duque —dijo Paul—, pero Muad’Dib es otra cosa.

           Puede que él no reconozca vuestra definición de lo que constituye un séquito. Mi
           amigo Gurney Halleck siente deseos de matar a un Harkonnen. Si él…
               —¡Kanly! —gritó Feyd-Rautha. Intentó apartar la barrera de lanzas—. Tu padre

           invocó esta venganza, Atreides. ¡Me llamas cobarde mientras te escondes entre tus
           mujeres y envías a un lacayo contra mí!

               La  vieja  Decidora  de  Verdad  susurró  algo  al  oído  del  Emperador,  pero  este  la
           rechazó.
               —Kanly, ¿no? —dijo—. Hay unas reglas muy estrictas para el kanly.
               —Paul, pon fin a todo esto —dijo Jessica.

               —Mi señor —dijo Gurney—, me prometiste que tendría mi ocasión frente a los
           Harkonnen.

               —Has tenido ya una buena ocasión todo el día de hoy —dijo Paul, y sintió que
           las emociones fluían de él, dejándole vacío como un muñeco. Se quitó su ropa y su
           capucha  y  se  los  tendió  a  su  madre,  junto  con  su  cinturón  y  su  crys,  antes  de
           desprenderse de su destiltraje. Sentía ahora que todo el universo estaba concentrado

           en aquel momento.
               —Eso no es necesario —dijo Jessica—. Hay otros caminos más fáciles, Paul.

               Paul se quitó el destiltraje y sacó el crys de la funda que tenía su madre entre las
           manos.
               —Lo sé —dijo—. Veneno, un asesino, todos los caminos familiares.
               —¡Me prometiste un Harkonnen! —siseó Gurney, y Paul vio la rabia en el rostro

           del hombre, la cicatriz de estigma oscureciéndose en su rostro—. ¡Me lo debes, mi
           Señor!

               —¿Acaso has sufrido más de su parte de lo que he sufrido yo? —preguntó Paul.
               —Mi  hermana  —dijo  Gurney  con  voz  ronca—.  Mis  años  en  los  pozos  de
           esclavos…

               —Mi padre —dijo Paul—. Mis buenos amigos y compañeros, Thufir Hawat y
           Duncan Idaho, mis años como fugitivo, sin rango ni seguidores… y una cosa más: el
           kanly, y tú sabes mejor que nadie cuales son las reglas que hay que respetar.

               Los hombros de Halleck se relajaron.




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