Page 517 - Dune
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sintiendo el roce en su brazo izquierdo. Rechazó de su mente el repentino dolor, y
comprendió que la primera vacilación había sido un truco… una contrafinta. Era un
adversario muy superior a lo que había esperado. Debía tener fintas en las fintas de
sus fintas.
—Tu propio Thufir Hawat me enseñó algunos de mis golpes —dijo Feyd-Rautha
—. Me dio mi primera sangre. Tanto peor para él si ese viejo estúpido no ha vivido lo
suficiente para ver esto.
Y Paul recordó lo que Idaho le había dicho una vez: «En combate, espera sólo
aquello que ocurre. De este modo nunca serás sorprendido».
Giraron de nuevo uno en torno al otro, agazapados, acechando. Paul vio la
excitación crecer de nuevo en el rostro de su oponente, y se preguntó el porqué.
¿Acaso una aguja significaba tanto para el hombre? ¡A menos que la hoja estuviera
envenenada! ¿Pero cómo era posible? Sus propios hombres habían tenido el arma
entre sus manos, la habían controlado antes de dársela. Eran demasiado
experimentados como para no reparar en algo tan obvio.
—Esa mujer con la que hablabas antes —dijo Feyd-Rautha—. Esa pequeña.
¿Acaso es algo especial para ti? ¿Quizá tu animalito favorito? ¿Debo reservarle una
atención especial?
Paul permaneció silencioso, con sus sentidos interiores examinando la sangre que
goteaba de la herida, descubriendo rastros de un soporífero de la hoja del Emperador.
Modificó su metabolismo para rechazar la amenaza, alterando las moléculas del
soporífero, pero le asaltó una duda. Habían preparado la hoja con un soporífero. Un
soporífero. Algo que no descubriría el detector de venenos, pero lo suficientemente
fuerte como para paralizar sus músculos si le alcanzaban. Sus enemigos tenían sus
propios planes en los planes, sus propias traiciones y estratagemas.
Feyd-Rautha saltó de nuevo, lanzando un golpe.
Paul, con una sonrisa helada en sus labios, fintó con una calculada lentitud, como
si estuviera paralizado por la droga, y en el último instante esquivó, golpeando el
brazo que atacaba con la punta de su crys.
Feyd-Rautha esquivó parcialmente el golpe saltando de costado y retrocediendo,
pasando su cuchillo a la mano izquierda. Sus mejillas palidecieron cuando notó el
dolor del ácido en la herida causada por Paul.
Dejémosle un momento de duda, pensó Paul. Dejémosle sospechar que es veneno.
—¡Traición! —gritó Feyd-Rautha—. ¡Me ha envenenado! ¡Noto el veneno en mi
brazo!
Paul rompió su silencio por primera vez.
—Sólo un poco de ácido —dijo— para responder al soporífero de la hoja del
Emperador.
Feyd-Rautha dirigió a Paul una gélida sonrisa, y levantó la hoja en su mano
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