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compilado el Libro de Azhar,  aquella  maravilla  bibliográfica  que  preserva  el  gran
           secreto de las creencias más antiguas.
               El comentario de Ingsley es quizá el único posible: «Fueron tiempos de profundas

           paradojas».
               Durante casi siete años, sin embargo, la C.T.E. siguió trabajando. Y al acercarse
           su  séptimo  aniversario,  preparó  al  universo  humano  para  un  anuncio  histórico.  En

           aquel séptimo aniversario, fue desvelada la Biblia Católica Naranja.
               —Esta es una obra digna y significativa —dijeron—. He aquí cómo la humanidad
           puede adquirir la consciencia de sí misma como parte de la total creación de Dios.

               Los  hombres  de  la  C.T.E.  fueron  calificados  como  arqueólogos  de  las  ideas,
           inspirados  por  Dios  en  la  grandiosidad  de  aquel  redescubrimiento.  Fue  dicho  que
           habían puesto a la luz «la vitalidad de los grandes ideales sepultados en el polvo de

           los  siglos»,  que  habían  «reforzado  los  imperativos  morales  que  surgen  de  la
           consciencia religiosa».

               Con  la  Biblia  Católica  Naranja,  la  C.T.E.  presentó  el  Manual  Litúrgico  y  los
           Comentarios, un trabajo notable en muchos aspectos, no sólo a causa de su brevedad
           (menos de la mitad del tamaño de la Biblia Católica Naranja) sino también a causa de
           su ingenuidad y de su mezcla de autopiedad y autojusticia.

               El  inicio  es  una  obvia  llamada  a  los  dirigentes  agnósticos:  «Los  hombres,  no
           encontrando respuesta a las sunnan (las diez mil preguntas religiosas del Shari’ah) se

           sirven ahora de la propia razón. Todos los hombres desean ser iluminados. La religión
           es el camino más antiguo y honorable a través del cual los hombres se han esforzado
           en discernir un sentido al universo creado por Dios. Los científicos buscan las leyes
           que  regulan  los  acontecimientos.  La  tarea  de  la  religión  es  descubrir  el  lugar  del

           hombre en estas leyes».
               En  su  conclusión,  sin  embargo,  los  Comentarios  poseen  un  tono  duro  que

           anunciaba ya su destino: «Mucho de aquello que hasta ahora ha sido llamado religión
           contenía  en  sí  una  actitud  de  inconsciente  hostilidad  hacia  la  vida.  La  verdadera
           religión debe enseñar que la vida está repleta de alegrías gratas a los ojos de Dios, y
           que el conocimiento sin la acción está vacío. Todos los hombres deben recordar que

           la  enseñanza  de  una  religión  sólo  por  medio  de  reglas  y  ejemplos  ajenos  es  una
           completa mixtificación. Una enseñanza justa y correcta se reconoce fácilmente. Se

           intuye de inmediato, porque despierta en uno la sensación de algo que se ha conocido
           desde siempre».
               Hubo una extraña sensación de calma mientras las prensas y las imprentas de hilo

           shiga  trabajaban  y  la  Biblia  Católica  Naranja  se  difundía  a  través  de  los  mundos.
           Algunos la interpretaron como una señal de Dios, un presagio de unidad.
               Pero  los  propios  delegados  de  la  C.T.E.  revelaron  lo  engañoso  de  esta  calma

           apenas  volvieron  a  sus  respectivas  congregaciones.  Dieciocho  de  ellos  fueron




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