Page 49 - Escritos sobre ocultismo y masonería
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EL AMANTE VISUAL



                Anteeros


                      Tengo  del  amor  profundo  y  del  uso  provechoso  de  él  un  concepto

                superficial y decorativo. Estoy sujeto a las pasiones visuales. Guardo intacto
                el corazón dado a más irreales destinos.
                      No me acuerdo de haber amado sino el «cuadro» de alguien, el puro
                exterior  —en  el  cual  el  alma  no  entra  más  que  para  hacer  ese  exterior
                animado y vivo— y así diferente de los cuadros que los pintores hacen.
                      Amo así: fijo, por bella, atrayente o amable, una figura, de mujer o de
                hombre —donde no hay deseo, no hay preferencia de sexo— y esa figura me

                obsesiona, me amarra, se apodera de mí. Sin embargo, no quiero más que
                verla, nada veo con más horror que la posibilidad de conocer y hablar a la
                persona real que esa figura aparentemente manifiesta.
                      Amo con la mirada, y no con la fantasía. Porque nada fantaseo de esa
                figura que me amarra. No me imagino ligado a ella de otra manera, porque
                mi amor decorativo nada tiene de psicológico. No me interesa saber quién
                es, qué hace, qué piensa la criatura que me deja ver su aspecto exterior.
                      La inmensa serie de personas y de cosas que forma el mundo es, para

                mí, una galería interminable de cuadros, cuyo interior no me interesa. No me
                interesa, porque el alma es monótona y siempre la misma en toda la gente;
                difieren  sólo  sus  manifestaciones  personales,  y  lo  mejor  de  ella  es  lo  que
                transborda hacia el sueño, hacia los modos, hacia los gestos, y así entra al
                cuadro que me amarra, y en el cual entreveo caras constantes a esa afección.
                      Para mí una criatura no tiene alma. El alma está sólo con ella misma.
                      Así vivo, en visión pura, el exterior animado de las cosas y de los seres,

                indiferente,  como  un  dios  de  otro  mundo,  al  contenido-espíritu  de  ellos.
                Profundizo el ser propio sólo en extensión, y cuando anhelo la profundidad,
                es en mí, y en mi concepto de las cosas en donde la busco.
                      ¿Qué puede darme el conocimiento personal de la criatura que así amo
                en décor? No una desilusión porque, como en ella sólo amo el aspecto, y
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