Page 39 - El Mártir de las Catacumbas
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LA CONFESION DE FE
Y también todos los que quieren vivir píamente en
Cristo Jesús, padecerán persecución.
CUATRO DIAS HABIAN TRANSCURRIDO desde que el joven oficial salió de su
gabinete. Días estos grávidos de acontecimientos para él, días de infinita importancia. De ellos
había de depender su felicidad suprema o sus angustias. Empero la búsqueda de la verdad de esta
alma anhelante no había sido vana, "habiendo sido renacida del Espíritu Santo."
Había llegado a tomar su resolución. Por un lado se le ofrecía la fama, el honor y la
riqueza; por el otro la pobreza, la necesidad, y la angustia. Con todo en plena conciencia, él había
hecho su elección; se había vuelto hacia la última sin un solo instante de vacilación. El había
elegido "el sufrir aflicción con el pueblo de Dios, antes que gozar de los placeres del pecado por
un tiempo."
A su regreso visitó al general y se acusó ante él. Le informó que había estado entre los
cristianos, que no podía cumplir la comisión que se le había encomendado, y que se sometía
voluntariamente a sufrir las consecuencias. El general, con la severidad a que se había expuesto,
le ordenó que pasara a su cuartel.
Allí en medio de la más profunda meditación, y haciéndose conjeturas de lo que
resultaría de todo esto, fue interrumpido por el ingreso de Lúculo. Su amigo lo saludó de lo más
afectuosamente, pero en su rostro se evidenciaba una profunda ansiedad.
-Acabo de verme con el general dijo él-, quien me hizo llamar para darme un mensaje
para ti. Pero primeramente dime, ¿Qué es esto que has hecho?
Marcelo le relató todo detalladamente, desde el momento de su partida hasta su regreso,
sin ocultarle absolutamente nada. Su cristalina buena fe evidenciaba lo poderosa, sincera y
verdadera que había sido la obra eterna del Espíritu Santo en él. Luego le relató la entrevista que
había tenido con el general.
-Yo entre en su habitación con claro sentir de la importancia del paso que tomaba. Iba yo
a cometer un acto reputado como virtual traición y crimen, cuya sanción no es menos que la
muerte. Empero, yo no podía hacer otra cosa.
-El me recibió con toda afabilidad, animado de la idea de que yo habría logrado un éxito
de importancia en la búsqueda que se me encomendó. Yo le dije que desde que salí había estado
entre los cristianos, y que por lo que había visto en ellos, me había visto obligado a cambiar mis
sentimientos hacia ellos. Anteriormente yo había pensado que ellos eran enemigos del estado y
dignos de muerte; pero había descubierto que se trataba de personas que son leales súbditos del
emperador y más bien virtuosos. Contra tales personas yo no podía extender mi espada jamás, y
antes que hacerlo, la entregaba.