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El año de mil y quinientos y cincuenta y ocho acabó de llevar las que
había encima de los caños de aquella fuente y rompió y quebró el mismo
caño, y con el azolvo lo cubrió todo, de manera que atajó el agua y dej6 en
seco la huerta, y con la basura que todo el año echan en el arroyo se cegó
todo y no quedó señal de los caños.
Los frailes, aunque hicieron las diligencias que pudieron, no hallaron
rastro alguno, y para seguir el de los caños desde la fuente era menester
derribar mucho edificio y ahondar mucha tierra, porque la fuente estaba en
alto; ni hallaron indio que les supiese guiar, por lo cual desconfiaron de
aquella fuente, también como de las otras que la casa tenía. De donde se
puede colegir la poca tradición que aquellos indios el día de hoy tengan de
sus 10tiguallas, pues hoy ha cuarenta y dos años .ya la tenían perdida de
cosas tan grandes como eran las aguas que iban a la casa de su Dios el Sol.
De las cuales no es posible sino que había tradición de los maestros mayores
a los sucesores y de los sacerdotes a los suyos para no caer en semejante
falta. Verdad es que como ya en aquellos tiempos se habían acabado los
maestros mayores y los sacerdotes que en aquella república había, entre los
cuales andaba la tradición de las cosas que tenían por sagradas, que perte-
necían a la honra y servido de los templos, faltó esta relación, como otras
muchas de que los indios no saben dar cuenta; que si la tradición anduviera
en los nudos de los tributos o en los repartimientos del servicio real o en
las historias de los sucesos anales, que eran las cosas profanas, no hay duda
sino que se hallara razón de aquellas fuentes, como se halla y la dan de
otras cosas tan grandes y mayores los contadores y los historiadores que
guardaban la tradición de ellas, aunque también ésta se -wa perdiendo a más
andar con el trueque de las nuevas cuentas y modernas historias del nuevo
Imperio.
CAPITULO XXIV
DEL JARDIN DE ORO Y OTRAS RIQUEZAS DEL TEMPLO,
A CUYA SEMEJANZA HABIA OTROS MUCHOS
EN AQUEL IMPERIO
OLVIENDO A la fuente, digo que al cabo de los seis o siete meses que
V estuvo perdida, unos muchachuelos indios, andando jugando por el
anoyo, vieron el manantial del agua que salía por el caño quebrado y azol-
vado. Con la novedad del agua se llamaron unos a otros hasta que llegó la
nueva a los indios mayores, y de ellos a los españoles, los cuales, sospechan-
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