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común de los vasallos convenía, y, entre otras cosas que mandó hacer, fue
sacar una acequia de agua de más de doce pies de hueco, que corría más de
ciento y veinte leguas de largo; empezaba de lo alto de las sierras que hay
entre Parcu y Pícuy, de unas hermosas fuentes que allí nacen, que parecen
caudalosos ríos. Y corría el acequia hacia los Rucanas; servía de regar los
pastos que hay por aquellos despoblados, que tienen diez y ocho leguas de
travesía y de largo toman casi todo el Perú.
Otra acequia semejante atraviesa casi todo Contisuyu y corre del sur
al norte más de dento y cincuenta leguas por lo alto de las sierras más altas
que hay en aquellas provincias, y sale a los Quechuas, y sirve o servía sola-
mente para regar los pastos cuando el otoño detenía sus aguas. De estas ace-
quias para regar los pastos hay muchas en todo el Imperio que los Incas
gobernaron; es obra digna de la grandeza y gobierno de tales príncipes.
Puédense igualar estas acequias a las mayores obras que en el mundo ha
habido, y darles el primer lugar, consideradas las sierras altísimas por donde
las llevaban, las peñas grandísimas que rompían sin instrumentos de acero
ni hierro, sino que con unas piedras quebrantaban otras, a pura fuerza de
brazos, y que no supieron hacer cimbras para sobre ellas armar arcos de
puentes con que atajar las quebradas y los arroyos. Si algún arroyo hondo
se le atravesaba, iban a descabezado hasta sn nacimiento, rodeando las sie-
rras todas que se le ofrecían por delante. Las acequias eran de diez, doce
pies de hueco, por la parte de la sierra a que iban arrimadas; rompían la
misma sierra para el paso del agua y por la parte de afuera les ponían gran-
des losas de piedras labradas por todas sus seis partes, de vara y media y
de dos varas de largo, y más de vara de alto, las cuales iban puestas a la
hila, pegadas unas a otras y fortalecidas por la parte de afuera con grandes
céspedes y mucha tierra arrimada a las losas para que •el ganado que atra-
vesase de una parte a otra no desportillase la acequia.
Esta, que viene atravesando todo el distrito llamado Cuntisuyu, vi en
la provincia llamada Quechua, que es al fin del mismo distrito, y tiene todo
lo que he dicho, y la miré con mucha atenci6n. Y cierto son obras tan gran-
des y admirables que excedían a toda pintura y encarecimiento que de ellas
se pueda hacer. Los españoles, como extranjeros, no han hecho caso de se-
meiantes grandezas, ni para sustentarlas ni para estimarlas, ni aun para haber
het..ho mención de ellas en sus historias; antes parece que a sabiendas, o
con sobra de descuido, que es lo más cierto, han permitido que se pierdan
todas. Lo mismo ha sido de las acequias que los indios tenían sacadas para
regar las tierras de pan, que han dejado perder las dos tercias partes; que
hoy, y muchos años atrás, no sirven ya sino las acequias que no pueden
dejar de sustentar, por la necesidad que tienen de ellas. De las que se han
perdido, grandes y chicas, viven todavía los rastros y señales.
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