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tan  gran  señor  como  antes  y  el  Inca  le  había  hecho  todo  el  regalo  y  buen
            tratamiento  posible,  con  todo  eso,  no  pudiendo  su  ánimo  altivo  y  generoso
            sufrir ser  súbdito  y  vasallo  de  otro  habiendo  sido  absoluto  señor  de  tantos
            vasallos  como  tenía,  y  que  sus  padres  y  abuelos  y  antepasados  habían  con-
            quistado  y  sujetado  muchas  naciones  a  su  estado  y  señorío,  particularmente
            los  Quechuas,  que  fueron  los  primeros  que dieron  el  socorro  al  Inca  Viraco-
            cha,  para  que  él  no  alcanzase  la  victoria  que  esperaba,  y  que  al  presente  se
            veía  igual  a  todos  los  que  había  tenido  por inferiores,  y  le  parecía,  según  su
            imaginación  y  conforme  a  buena  razón,  que  por  aquel  servicio  que  sus  ene-
            migos  hicieron  al  Inca  eran  más  queridos  y  estimados  que  no  él,  y  que  él
            había  de  ser  cada  día  menos  y  menos,  desdeñado  de  estas  imaginaciones,  que
            a  todas  horas  se  le  representaban  en  la  fantasía,  aunque  por  otra  parte  veía
            que  el  gobierno  de  los  Incas  era  para  someterse  a  él  de  su  voluntad  todos
            los  potentados  y  señoríos  libres,  quiso  más  procurar  su  libertad,  desechando
            cuanto  poseía,  que  sin  ella  gozar  de  otros  mayores  estados.  Para  lo  cual
            habló  a  algunos  indios de  los  suyos  y  les  descubrió  su  pecho,  diciendo  cómo
            deseaba  desamparar su  tierra  natural  y señorío  propio  y salir  del  vasallaje  de
            los  Incas  y  de  todo  su  Imperio  y  buscar  nuevas  tierras  donde  poblar  y  ser
            señor  absoluto  o  morir  en  la  demanda;  que  para  conseguir  este  deseo  se
            hablasen  unos  a otros, y que lo  más  disimuladamente  que  pudiesen  se  fuesen
            saliendo  poco  a  poco  de  la  jurisdicción  del  Inca,  con  sus  mujeres  e  hijos,  y
            como  mejor  pudiesen,  que  él  les  daría  pasaportes  para  que  no  les  pidiesen
            cuenta  de  su  camino,  y  que  le  esperasen  en  las  tierras  ajenas  comarcanas,
            porque  todos  juntos  no  podrían  salir  sin  que  el  Inca  lo  supiese  y  estorbase,
            y  que  él  saldría  en  pos  de  ellos  1o  más  presto  que  pudiera,  y  que  aquel
            camino  era  el  más  seguro  para  conseguir  la  libertad  perdida,  porque  tra-
            tar  de  nuevo  levantamiento  era  locura  y  disparate,  porque  no  eran  pode-
            rosos  para  resistir  al  Inca,  y,  aunque  lo  fueran,  dijo  que  no  lo  hicieran
            por  no  mostrarse  ingrato  y  desconocido  a  quien  tantas  mercedes  le  había
            hecho,  ni  traidor  a  quien  tan  magnánimo  le  había  sido;  que  él  se  contentaba
            con  buscar  su  libertad  con  la  menos  ofensa  que  pudiese  hacer  a  un  Príncipe
            tan  bueno  como  el  Inca  Viracocha.
                Con  estas  palabras  persuadió  el  bravo  y  generoso  Hancohuallu  a  los
            primeros  que  se  las  oyeron,  y  aquéllos  a  los  segundos  y  terceros,  y  así  de
            mano  en  mano;  y  de  esta  manera,  por  el  amor  entrañable  que  en  común
            los  indios  a  su  señor  natural  tienen,  fueron  fáciles  los  Chancas  de  persuadir-
            se  unos  a otros, y en  breve  espacio  salieron de  su  tierra  más  de  ocho  mil  in-
            dios  de  guerra de  provecho,  sin  la  demás  gente  común  y  menuda  de  mujeres
            y niños,  con  los  cuales  se  fue  el  altivo  Hancohuallu  haciendo  camino  por  tie-
            rras  ajenas  con  el  terror  de  sus  armas  y  con  el  nombre  Chanca,  cuya  feroci-
            dad  y  valentía  era temida  por  todas  aquellas  naciones  de  su  comarca.  Con  el
            mismo  asombro  se  hizo  proveer  de  mantenimientos  hasta  llegar  a  las  pro-
            vincias  de  Tarma y Pumpu, que están  sesenta  leguas de  su  tierra,  donde  tuvo

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