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todo derecho sobre su persona, por haber apostado y perdido su propia vida. Según
eso, Yudhishthira no tenía derecho a apostarte. Pero hay otro aspecto que tenemos que
considerar y es que un hombre tiene derecho sobre su mujer, sea él libre o no. Puede
decirse que es de su propiedad incluso después de haber perdido su derecho sobre su
misma persona. Y según esto, no me atrevería a asegurar que tú eres libre. Yudhishthira
sabía que Sakuni es un maestro consumado en el arte de tirar los dados, sin embargo
aceptó gustoso jugar con el, y a pesar de que estaba siendo derrotado, continuaba
jugando una y otra vez, hasta que llegó a utilizarte a ti como objeto de apuesta. No
puedo contestar a tu pregunta.
Draupadi estaba furiosa y le dijo:
—Hablas como si mi esposo hubiera aceptado de buena gana jugar este juego. Fue tu
querido nieto Duryodhana y su tío quienes le desafiaron a jugar. Yudhishthira no quería
y ya se lo había dicho repetidas veces a su tío Vidura en Indraprastha. Sin embargo fue
forzado a participar en este juego fraudulento. Sakuni, sabiendo que él no era un jugador
hábil le obligó a jugar con él, que es un reputado experto en el arte de tirar los dados.
Mi esposo no tenía ninguna posibilidad en absoluto de ganar. Y vosotros, sabiéndolo,
continuabais mirando. ¿Acaso no veíais esta injusticia? ¿No sabíais que era un juego
sucio? Teníais que haberlo detenido. Tú eres el tío del rey, mas ni uno sólo de vosotros
hizo nada para pararlo, ni tampoco reprendiste a este pecador de Duryodhana por lo
que estaba haciendo. ¡Decidme ahora que mi esposo accedió a jugar de buena gana y que
gustosamente me utilizó como objeto de apuesta! Cuando él perdió su vida y me anunció
a mí como su próxima apuesta, ¿acaso no le podíais haber interrumpido y proclamado
que eso no era correcto? Ruego que escuchéis mis palabras. Requiero una respuesta
de esta corte. Donde no hay ancianos preceptores no hay corte. Pero sólo se pueden
considerar como tales aquellos que manifiestan la verdad, y donde no hay verdad no
hay justicia, y no puede haber verdad donde se da cobijo a la obstinación.
Dussasana, riéndose a carcajadas miró a Draupadi, de cuyos ojos brotaban lágrimas y
cuyas palabras parecían fuego, y le dijo:
—Eres la esclava de Duryodhana, ¿por qué te preocupas por las sutilezas del Dharma?
Eres una esclava, tu Dharma es complacer a tu nuevo dueño y señor, Duryodhana, el
monarca de los kurus.
Al oír esto, ella le miró como si quisiera quemarle con su mirada, pero no pronunció
palabra alguna. Bhima, que temblaba de indignación, como si fuera una hoja al viento,
se dirigió a su hermano Yudhishthira con encendidas palabras, diciendo:
—Mira el resultado de tu locura. Toda la riqueza que poseíamos, se ha ido. Has
apostado todo, absolutamente todo lo que poseíamos, y yo no dije nada, ni siquiera
me importó. Luego nos apostaste a nosotros e incluso eso lo aguanté pacientemente,
porque tú eres mi guru, mí hermano mayor y somos tuyos para siempre. Pero, mi señor