Page 205 - Mahabharata
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2. El salón 185
Draupadi, arrastrada por el pelo, con el vestido empapado por las lágrimas y desal-
iñado por el rudo trato de que era objeto, hizo su entrada en la corte.
Capítulo XIII
LA PREGUNTA DE DRAUPADI
RAUPADI ya había vertido todas sus lágrimas, sus ojos estaban inyectados de ira.
D Con una voz palpitante de furia e indignación, gritó:
—Veo que en esta gran asamblea hay grandes personajes, ancianos de esta antigua
casa de los kurus, conocidos todos ellos desde tiempo inmemorial por el Dharma que
residía en ellos. Todos estáis aquí presentes, sin embargo, la injusticia ha anidado en
vuestras mentes. ¿Puede ser esto posible? He aquí un hombre que, embriagado por el
poder, pide a su cruel hermano que traiga a rastras a la corte a una indefensa mujer. Y
todos vosotros os quedáis mirando impasibles. Aquí está mi marido, el cual es la imagen
misma del Dharma. Todos vosotros sois harto conocidos como estrictos observadores
del Dharma. Es verdad que la justicia ha desaparecido de esta corte, donde se permiten
tamañas atrocidades.
»La ecuanimidad que distinguía a la casa de los kurus se ha escapado saltando sus
murallas y ahora mora lejos de este lugar. Ancianos de la corte, en vuestra presencia
pregunté a mi marido que me aclarara una duda de todo este juego, pues quería saber a
quién perdió primero: si a mí o a él mismo. Y no solamente no se me dio una respuesta,
sino que además este hombre ha tenido el atrevimiento de traerme aquí a rastras. Cuando
personas como Bhishma y Drona permiten esto, es que no existe en esta corte nada que
podamos denominar Dharma. Os lo preguntaré otra vez, mi pregunta es muy simple:
¿Debo considerarme esclava de este hombre, o soy libre?
Draupadi miró a sus maridos, hirviendo de ira; les miraba con rabia, tratando de
avivar la ira que había en ellos hasta convertirla en una llamarada. Yudhishthira hubiera
deseado encontrar la muerte en aquel mismo momento. No le importaba mucho el
haber perdido sus riquezas, ni su reino, ni todo lo que un día fue suyo, pero los ojos
encolerizados de Draupadi quemándole con el fuego de su ira, era peor para el que mil
flechas traicioneras disparadas por un enemigo. Y sin poder resistirlo, bajó la cabeza.
Luego Draupadi miró a Bhishma y le dijo:
—Tú eres asiento de toda ciencia y sabiduría. Se dice que no hay nadie más sabio que
tú. Abuelo mío, ¿puedes tú decirme si soy o no, una esclava?
A lo cual contestó Bhishma:
—La verdad no estoy muy seguro de poder darte la contestación adecuada a tu
pregunta, pues las sutiles sombras del Dharma son difíciles de comprender. Por un
lado no le es posible a un hombre apostar algo después de que él mismo ha perdido