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El silencio se apoderó de la sala. El juego siguió; la fiebre ya había entrado en la sangre
del pobre Yudhishthira, el cual siguió perdiendo juego tras juego.
El « gano » de Sakuni era la única palabra que de forma monótona y repetitiva rompía
el silencio de la sala. Ya ni siquiera era una exclamación de júbilo.
Yudhishthira siguió perdiendo una y otra vez. Perdió sus joyas, sus carros, su oro,
sus caballos, su riqueza, sus elefantes, su ejército, sus esclavos, su tesoro, su granero, sus
vasijas: el demonio de Sakuni se lo estaba tragando todo sentado allí con su persistente
voz provocativa, proclamando: « gano ».
Vidura pensó que era el momento de que alguien interviniera. Le dijo al rey:
—Mi señor, tienes que hacer caso a mis palabras incluso aunque no sean de tu agrado.
Al hombre enfermo no le gusta la medicina que le prescribe el médico, pero debe tomarla
si tiene deseo de curarse. Debes recordar el momento en que nació este querido hijo
tuyo, entonces aparecieron terribles presagios de malos augurios. Tú me preguntaste
por qué y yo te dije que tu hijo sería la causa de la destrucción del mundo, yo te sugería
que le mataras para salvar al mundo y no me escuchaste. Ahora, al menos, créeme
cuando te digo que ha llegado el momento en que los hechos prueban que la profecía
es cierta; el mundo se enfrentará a una gran destrucción si el juego sigue adelante. La
injusticia que se les está haciendo a los pandavas no quedará sin castigo. Sufrirás grandes
dolores en tu vejez por la muerte de tus hijos; sí, de todos tus hijos. No trates mal a
estos grandes héroes. La avaricia es una cosa terrible y tú estás siendo afectado por esa
terrible enfermedad, y también tu hijo la ha heredado de ti. Tu hijo no tiene las agallas de
enfrentarse a los pandavas a campo abierto en una guerra de hombres. Les está estafando
con la ayuda de ese príncipe entre los embaucadores. Por favor no permitas esto, con
toda seguridad acarreará terribles resultados. Te suplico que detengas esto.
Vidura no obtuvo del rey ni una sola palabra en respuesta. Después de esto se produjo
un profundo silencio. La única música que sonaba era el ruido que hacían los dados al
rodar por el suelo y el « gano » de Sakuni. Nadie hablaba. Duryodhana volvió su rostro
hacia Vidura, se le acercó y le dijo:
—Mi querido tío, eres grande haciendo alabanzas de las virtudes de otros en nuestra
presencia. Desde mi niñez he podido apreciar que sientes predilección por los pandavas,
y que yo nunca te he gustado; siempre has tratado de dañarme. Eres muy desagradecido
con la mano que te alimenta y estás tratando de matar el afecto natural que me tiene
mi padre. Dices que eres nuestro benefactor, pero yo no creo que sea verdad, de hecho
creo que no es verdad. No tienes por qué preocuparte por nosotros, todos estamos
muy bien, laméntate sólo por tus sobrinos favoritos, que se convertirán en mendigos
en cuestión de momentos gracias a mi verdadero benefactor: mi tío Sakuni. En cuanto
a tus advertencias sobre el futuro, no hay nadie que pueda cambiar lo que el Creador
ha escrito, quien me envió a este extraño viaje lleno de acontecimientos llamado vida.