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El sirviente se dirigió de nuevo a donde estaba Draupadi y le contó como Yudhishthira
había permanecido en silencio sin responder a su pregunta y le comunicó las órdenes
que Duryodhana le había dado. Luego agregó:
—Ahora sé que ha comenzado la destrucción de los kurus, pues este insulto que te
han hecho será la causa de la destrucción de nuestro príncipe Duryodhana.
Sin embargo, Draupadi no desistía de su postura y le dijo:
—Regresa de nuevo a la corte y pregúntale a mi marido qué es lo que debo hacer, le
obedeceré a él y a nadie más.
El sirviente volvió y llevó este mensaje a Yudhishthira quien agachando la cabeza
dijo:
—Dile que quiero que venga y consulte con los ancianos si lo que hice estuvo bien o
fue un error.
Al oír esto, el asustado sirviente, temeroso de la ira de Draupadi, no se atrevía a ir
otra vez ante ella. Duryodhana viendo esto, miró a su hermano Dussasana y le dijo:
—Dussasana, parece que este sirviente tiene miedo. Debes ir tú a los aposentos de las
mujeres y traer a Draupadi a la corte. ¿Qué puede hacerte ella? Ahora es nuestra esclava.
El joven hermano del príncipe se levantó, se dirigió hacia las estancias de las reinas.
Entró y se quedó de pie riéndose ante Draupadi. Luego dijo:
—¡Vamos, ven!, nuestro príncipe Duryodhana te ha ganado en el juego. Ya no tienes
porqué temer a tus amados maridos. Puedes venir sin ninguna vacilación. Lo justo ahora
es que centres tus ojos de loto en el monarca de los kurus.
Al oír esto, Draupadi saltó de su asiento como si algo le hubiese picado. Dussasana
se divertía contemplando la situación y riéndose a carcajadas le decía:
—No seas tan recatada, después de todo, nosotros somos primos de tus maridos.
Ella le miró con una expresión salvaje en sus ojos y salió corriendo hacia los aposentos
de Gandhari. Dussasana enfurecido corrió tras ella, hasta que logró agarrarla por sus
largos cabellos negros. Esto era algo terrible, pues sus cabellos habían sido purificados
por las aguas sagradas, durante la celebración del Rajasuya. La atrapó agarrándola por
el pelo, sin saber que estaba tocando una serpiente que con toda seguridad le causaría
la muerte. Dussasana la llevó arrastrándola hacia la corte. Ella ofrecía el aspecto de un
árbol azotado por un vendaval. Nada ni nadie oía sus desgarradoras súplicas de auxilio.
Dussasana le decía:
—Eres nuestra esclava, la esclava del príncipe Duryodhana, pues él te ha ganado en
un juego de dados. Tu marido Yudhishthira te usó a ti como apuesta y perdió, y ahora
quiere que vengas a la corte, para que consultes con los ancianos este sutil asunto. En
cuanto a mí, fue el rey quien me ordenó que te llevara a la corte: si te niegas a ir te llevaré
a rastras.