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el bosque. Le vi caminar con su famoso arco, el Kodanda, entre las pendientes de
Rishyamuka. Era como si Indra hubiera descendido a la tierra. Era inigualable en valor y
su ira era más terrible que la misma muerte, pero caminaba por los bosques vestido con
cortezas de árboles y pieles de ciervo, para no apartarse del Dharma. Jamás concebía
ningún pensamiento que fuera contra el Dharma. Todos los grandes reyes del pasado
viven aún en la mente de los hombres debido a esta única razón: anduvieron por el
camino de la Verdad. Acuérdate de Bhagiratha y de Harischandra. El Sol aún se mueve
dentro de su órbita, y el mar permanece dentro de sus límites, gracias a estos grandes
hombres. Yudhisthira, me has recordado a Shri Rama, el cual gobernó el mundo después
de haber superado sus pruebas. Del mismo modo lo harás tú. Gobernarás el mundo
entero, lo sé. Es más, vivirás eternamente en la mente de los hombres.
Markandeya pasó algunos días con ellos y después de haberles bendecido, les dejó.
Les prometió volver de nuevo pasados algunos días. Dwaitavana, el bosque donde
moraban los pandavas, parecía la morada de Brahma; continuamente resonaba la música
producida por la recitación de los Vedas. A su modo, Yudhisthira era muy feliz en
compañía de los rishis. Incluso en Indraprastha lo que más feliz le hacía era escuchar los
discursos sobre Vedanta, que daban los muchos hombres sabios y eruditos de su corre.
Tras la tormenta que había estallado pocos días atrás en Hastinapura, la vida en
Dwaitavana le resultaba tranquila y sosegada. Su mente encontró descanso en las
charlas de los rishis; charlas que le hicieron comprender la naturaleza evanescente de
las posesiones mundanas. Yudhisthira llegó a comprender el verdadero valor de las
cosas. Pudo sentir que después de todo, la pérdida de su reino no era algo tan terrible.
Le ayudaba a pensar así el recordar, como lo hizo Markandeya, que Rama fue también
feliz estando en el bosque. Para una persona desapegada, las necesidades físicas son
pequeñas. Cuando el alma empieza a crecer, los deseos corporales decrecen. Yudhisthira
estaba disfrutando de aquella vida en compañía santa. Pero no le ocurría así a Draupadi,
ni a Bhima. Ambos eran muy infelices en Dwaitavana. El corazón de Bhima estaba a
punto de estallar de dolor y angustia. Cada vez que miraba a Draupadi y recordaba
los malos tratos de que había sido objeto por la crueldad del destino y la necedad de
su hermano, apretaba sus manos con furia desesperada. No hablaba con nadie, estaba
siempre a solas y no comía ni dormía bien. Día y noche sufría con remordimientos,
reviviendo aquel horrible día en Hastinapura. Sus ojos estaban siempre rojos por la ira y
el insomnio. Pensamientos de venganza afloraban en su mente constantemente y a veces,
sin poderse contener, rechinaba sus dientes y arrojaba su maza al aire gritando: « ¡Que
esperen, que esperen! ¡Los mataré a todos! » Nadie le podía apaciguar. Arjuna no podía
hacer nada para contentarle. Tanto Yudhisthira como Bhima eran dos hermanos muy
queridos para él. Respetaba a ambos a pesar de ser los dos tan diferentes. Arjuna pasó
muchos días amargos tratando de confortar a su hermano Bhima, explicándole la razón