Page 230 - Mahabharata
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               usada es incorrecta. Ahora no debes ser paciente, éste no es el momento. No debes ser
               paciente y compasivo con tus enemigos. La furia es el único ornamento de un kshatrya.

               Para todo hay un momento y un lugar. Ahora la norma de conducta debería ser la furia,
               el odio y el coraje. Ambas virtudes son necesarias, conozco la ira y la paciencia. Pero no
               deberías hacer un fetiche de la política de la paciencia. Estar siempre furioso no es bueno
               para el alma, lo admito. Pero la continua paciencia tampoco es buena. Debe haber una
               feliz conjunción de las dos en la composición mental de cada hombre y especialmente
               en la de un kshatrya. Incluso los sirvientes pierden respeto por un amo que siempre se
               muestra paciente. Escucha mis palabras, mi señor. Por favor, haz algo. Es obvio que
               eres feliz con estos brahmanes y rishis a tu alrededor, incluso fácilmente se te puede
               confundir con un brahmín que ha llegado al estado en el que los lazos con este mundo
               ya no significan nada. Te ruego que hagas algo, por el bien de tus infelices hermanos, si
               no por el mío propio.
                   Yudhisthira escuchó las palabras de Draupadi. Él quería mucho a su reina y le dolía
               encontrarla llorando continuamente. Se odiaba a sí mismo, desde aquél día en el que
               les había causado a todos tanto sufrimiento. A él no le había importado demasiado esta
               injusticia, pues nunca había amado demasiado las cosas terrenales. Pero sus hermanos y
               su mujer eran distintos. ¿Cómo podrían alcanzar ellos el estado que él había alcanzado?,
               el estado donde no había diferencia entre placer y dolor, alegría y tristeza. Él realmente

               era un sanyasin, como bien había dicho Draupadi. Pero no tenía derecho a esperar lo
               mismo de los demás. A ellos no les gustaba su pasividad. Pero ¿qué podían hacer?
                   Estaban atados por los grilletes del Dharma. Ocurriera lo que ocurriera para tentarlos,
               nunca se apartarían del camino del Dharma. Estos pensamientos hacían que Yudhisthira
               se sintiera muy apenado por Draupadi. Él era el hijo del Dharma, mientras que ella era

               la hija del fuego. ¿Cómo podían reconciliarse esas dos naturalezas?
                   Yudhisthira hizo que se sentara junto a él, tomó sus manos temblorosas entre las
               suyas y con su áspera túnica secó sus suaves ojos y le dijo:

                   —Mi querida reina, veo cómo estás tú y mis hermanos. Por favor no pienses que esta
               situación no me afecta. ¿Crees acaso que no tengo corazón? También siento la ira que hay
               en vuestros corazones. Pero éste no es el momento adecuado, no sería oportuno. Este no
               es el momento de dar rienda suelta a la ira. Estás equivocada en eso. La ira es una cosa
               horrible; ciega el ojo interior, el ojo de la sabiduría, y mata el alma. Conduce al hombre a
               cometer equivocaciones. No es un ornamento, tal y como tú crees. Debemos practicar
               la paciencia. Cuanto más difícil nos sea, mayor debe ser nuestro deseo en conseguirla.
               Debemos pasar aquí esos trece años que he prometido. No puedo retractarme de lo
               que he dicho. Para mí resultaría más fácil sucumbir a la ira, pero eso es una debilidad
               y debemos tratar de controlarla. Me temo que mis palabras no son de tu agrado, pero
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