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usada es incorrecta. Ahora no debes ser paciente, éste no es el momento. No debes ser
paciente y compasivo con tus enemigos. La furia es el único ornamento de un kshatrya.
Para todo hay un momento y un lugar. Ahora la norma de conducta debería ser la furia,
el odio y el coraje. Ambas virtudes son necesarias, conozco la ira y la paciencia. Pero no
deberías hacer un fetiche de la política de la paciencia. Estar siempre furioso no es bueno
para el alma, lo admito. Pero la continua paciencia tampoco es buena. Debe haber una
feliz conjunción de las dos en la composición mental de cada hombre y especialmente
en la de un kshatrya. Incluso los sirvientes pierden respeto por un amo que siempre se
muestra paciente. Escucha mis palabras, mi señor. Por favor, haz algo. Es obvio que
eres feliz con estos brahmanes y rishis a tu alrededor, incluso fácilmente se te puede
confundir con un brahmín que ha llegado al estado en el que los lazos con este mundo
ya no significan nada. Te ruego que hagas algo, por el bien de tus infelices hermanos, si
no por el mío propio.
Yudhisthira escuchó las palabras de Draupadi. Él quería mucho a su reina y le dolía
encontrarla llorando continuamente. Se odiaba a sí mismo, desde aquél día en el que
les había causado a todos tanto sufrimiento. A él no le había importado demasiado esta
injusticia, pues nunca había amado demasiado las cosas terrenales. Pero sus hermanos y
su mujer eran distintos. ¿Cómo podrían alcanzar ellos el estado que él había alcanzado?,
el estado donde no había diferencia entre placer y dolor, alegría y tristeza. Él realmente
era un sanyasin, como bien había dicho Draupadi. Pero no tenía derecho a esperar lo
mismo de los demás. A ellos no les gustaba su pasividad. Pero ¿qué podían hacer?
Estaban atados por los grilletes del Dharma. Ocurriera lo que ocurriera para tentarlos,
nunca se apartarían del camino del Dharma. Estos pensamientos hacían que Yudhisthira
se sintiera muy apenado por Draupadi. Él era el hijo del Dharma, mientras que ella era
la hija del fuego. ¿Cómo podían reconciliarse esas dos naturalezas?
Yudhisthira hizo que se sentara junto a él, tomó sus manos temblorosas entre las
suyas y con su áspera túnica secó sus suaves ojos y le dijo:
—Mi querida reina, veo cómo estás tú y mis hermanos. Por favor no pienses que esta
situación no me afecta. ¿Crees acaso que no tengo corazón? También siento la ira que hay
en vuestros corazones. Pero éste no es el momento adecuado, no sería oportuno. Este no
es el momento de dar rienda suelta a la ira. Estás equivocada en eso. La ira es una cosa
horrible; ciega el ojo interior, el ojo de la sabiduría, y mata el alma. Conduce al hombre a
cometer equivocaciones. No es un ornamento, tal y como tú crees. Debemos practicar
la paciencia. Cuanto más difícil nos sea, mayor debe ser nuestro deseo en conseguirla.
Debemos pasar aquí esos trece años que he prometido. No puedo retractarme de lo
que he dicho. Para mí resultaría más fácil sucumbir a la ira, pero eso es una debilidad
y debemos tratar de controlarla. Me temo que mis palabras no son de tu agrado, pero