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—¡Detente! ese jabalí es mío y he venido a matarlo, tú no tienes derecho a hacerlo,
detente.
Arjuna no prestó atención a las palabras del cazador y disparó su flecha que penetró
inmediatamente en el cuerpo del jabalí. Al mismo tiempo, el cazador había disparado
su flecha atravesando también el cuerpo del jabalí, parecía como si dos rayos hubieran
descendido al tiempo sobre el pico de una montaña. El jabalí cayó muerto instantánea-
mente. Asumió la forma de un rakshasa y la vida salió lentamente fuera del cuerpo
herido.
Arjuna giró su mirada hacia el cazador que iba acompañado de su esposa. La
presencia de aquella pareja hacía que toda la montaña resplandeciera con una extraña
luz. Arjuna le dijo:
—¿Quién eres? Pareces no tener miedo de las bestias salvajes que habitan en la
montaña y además has traído a tu mujer. ¿No sabes que este lugar es peligroso para
las mujeres e incluso para los hombres? Tienes aspecto de cazador y, sin embargo, no
pareces conocer las reglas de la caza. Ese jabalí estaba tratando de atacarme y apunté
mi flecha hacia él con la intención de matarlo, pero tú también has disparado al jabalí
sin tener derecho a hacerlo. Este rakshasa está dividido ahora en dos partes iguales,
como la herencia de un padre se divide entre sus dos hijos después de su muerte. Has
transgredido las reglas de la caza. Estoy enojado contigo y voy a matarte.
Arjuna levantó su arco y se preparó a luchar contra el cazador, mientras que una
sonrisa de encanto infinito se dibujaba en el rostro de éste, que le dijo con voz suave:
—Yo ya había apuntado al jabalí, por lo cual era mío, luego corrió hacia ti, pero le
mató mi flecha. Eres un joven impertinente y muy vanidoso. Pareces estar muy orgulloso
de tu valor, pero no puedes matarme como dices, de hecho es tu vida la que está en
grave peligro. Este jabalí es mío y también lo es la flecha que le has disparado. Si eres
suficientemente hombre, si tienes suficiente coraje, rescata tu flecha.
Aún la sonrisa permanecía en su rostro. Arjuna estaba furioso con aquel cazador
salvaje que se había atrevido a desafiarle y se sentía molesto porque sus penitencias
estaban siendo perturbadas. Pero las palabras del cazador le indignaron y se preparó
para el duelo al que éste le había desafiado. Mutuamente se acosaban con flechas, como
serpientes venenosas. Arjuna envolvió al cazador con un manto de flechas que éste,
con una sonrisa en su rostro, esquivó como si fueran una delgada película de fina seda.
Sankara era hostigado una y otra vez por las flechas afiladas de Arjuna, pero permanecía
impasible mientras su sonrisa se volvía más y más pronunciada y encantadora. Arjuna
estaba estupefacto, viendo que sus flechas no le herían se dijo para sí: « Este cazador
es muy hermoso, se parece a la cumbre del monte Himavan. Parece distinto de los
cazadores ordinarios, quizá sea un dios de las alturas disfrazado de este modo; pero,
sea quien sea, está demostrando ser un recio luchador; es un placer luchar contra este