Page 249 - Mahabharata
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3. En el bosque 229
comenzaban las nubes de lluvia, era invisible y tuvieron que abrirse camino en medio
de los árboles recién caídos y los peñascos diseminados por todas partes. Bhima era lo
suficientemente fuerte como para apartar los árboles de su camino y al mismo tiempo
llevar a Draupadi. Pero incluso él tuvo que admitir la derrota a manos de la naturaleza.
La fuerza de los elementos era demasiado poderosa para hacerle frente. De repente,
Bhima se sentó y los demás hicieron lo mismo.
El vendaval amainó su furia y comenzó a llover. Las gotas de agua eran más afiladas
que flechas. La tormenta azotaba con terrible furia la montaña. Horrorizado ante la
furia de la naturaleza y viendo la impotencia humana contra el furor de los elementos,
Yudhisthira se sentía anonadado. No podía hablar, sólo observaba. Las rocas eran
levantadas de su sitio, y el agua fluía por miles de torrentes montaña abajo.
Parecía la explosión de la furia de un hombre que había contenido su ira durante
mucho tiempo y que, de repente, la había dejado escapar. Yudhisthira pensó que si diera
rienda suelta a su ira, sería algo parecido a aquello. Los ríos fluían alrededor de los
árboles socavándoles con su continuo flujo torrencial. Los árboles empezaron a caer de
repente uno tras otro. Era una escena maravillosa, incomparable en su grandeza.
Por fin la lluvia cesó. El cielo se volvió claro y el Sol, que estaba escondido detrás
de las nubes negras, apareció en toda su gloria, y el mundo sonrió al ver nuevamente
al dios de la luz y de la vida. Parecía que todo estaba bien de nuevo. Aquel nuevo
panorama alentó a los débiles peregrinos y continuaron su ascenso. Apenas habían
avanzado unos cuantos metros, cuando la delicada princesa Draupadi fue vencida por la
debilidad y se desmayó fatigada por el esfuerzo del viaje. Sus rodillas flaquearon y se
cayó. Nakula corrió hacia ella, la levantó e hizo que su cabeza descansara sobre su regazo.
Yudhisthira y los otros acudieron también al lugar. Yudhisthira trató de reanimarla lleno
de compasión por ella y de ira contra sí mismo, porque él era la causa de su infelicidad.
Trajo agua y la vertió sobre su rostro. Con mucha ternura le dieron un masaje en los
pies, y lentamente recuperó su color y poco a poco fue recobrando la conciencia. Nakula
y Shadeva, con sus manos, le acariciaban suavemente los pies. Los pies de Draupadi
tenían llagas y ampollas por la dureza del viaje y Yudhisthira se culpaba a sí mismo por
ello. Le dijo:
—Perdona a este pecador, esposo tuyo, Draupadi. Cuando tu padre nos preguntó
quiénes éramos, le dije que éramos los pandavas y añadí:
« Tu hija sólo dejará un lago de lotos para entrar en otro. »
»Me estremezco cuando pienso en ello. Tu padre te entregó a nosotros con estas
palabras: “Con los pandavas como maridos serás feliz”, y fíjate la felicidad que te hemos
dado. No has conocido sino dolor desde que te convertiste en la esposa de los pandavas.
Me culpo a mí mismo como responsable y a nadie más.