Page 312 - Mahabharata
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                   —¿Cómo piensas que ahora, que has venido a mí, mi querida dama, voy a dejarte ir
               tan pronto? Mandaré el vino con alguna otra persona; tú quédate, compláceme y luego

               te podrás ir.
                   Kichaka se le acercó y trató de agarrarla de la mano. Draupadi le empujó y le tiró al
               suelo impulsada por el frenesí nacido del miedo, tras lo cual trató de alejarse corriendo
               de allí; corrió en dirección a la corte de Virata.
                   Allí estaba Yudhisthira y quería su protección. Arrojando el cuenco de oro al suelo,
               corrió tan deprisa como pudo. Kichaka corrió tras ella, la agarró por el pelo y la tiró al
               suelo pisándola con su pie. Draupadi estaba desesperada, con el pelo flotando tras ella
               como una nube, corrió hacia la corte de Virata.
                   El rey la miró y Yudhisthira también, pero nadie dijo una palabra. Bhima acababa de
               llegar allí por casualidad; presenció la escena y sus ojos ardieron en llamas. Respiraba
               fuego y hubiera matado a Kichaka en aquel mismo lugar. Comenzó a arrancar un árbol
               que estaba a mano, pero Yudhisthira le detuvo con una mirada y le dijo:

                   —Si deseas fuego para tu horno, no rompas las ramas de este árbol, la madera estará
               demasiado verde, no arderá; no tiene sentido que gastes tus energías en el árbol. Cuando
               el árbol esté lo suficientemente seco, puedes destruir al árbol ofensor; no es el momento
               adecuado.
                   Bhima entendió lo que quería decir, no debían estropear su futuro actuando precipi-
               tadamente, debía esperar.

                   Bhima miraba al suelo y permanecía callado. Draupadi vio todo aquello y estaba
               furiosa con Yudhisthira.
                   Miró al rey y le dijo:
                   —Mi señor, ¿cómo puedes permitir que ocurra esto en tu reino? He venido a ti
               pidiéndote protección, debes protegerme de este hombre que me está maltratando; tengo
               cinco maridos pero no pueden castigar a este hombre, permanecen callados; tú eres el
               rey, no tengo otro refugio que tú, debes salvarme de la ruina, apelo a ti.
                   El rey estaba callado, no podía hacer nada. El poderoso Kichaka era el jefe de su
               ejército y no podía atreverse a enfrentarse con él. No se atrevía a dirigirle palabras de
               reproche. Nadie podía hacer nada excepto observar el proceso de aquel incidente. El rey
               le dijo a Draupadi:

                   —No puedo juzgar algo que no ocurrió en mi presencia, sólo vi el final; hasta que no
               sepa que toda la culpa es de Kichaka no puedo hacer nada. ¿Cómo sé qué provocó el
               que te golpeara? Quizás estaba justificado, no lo sé; por favor, vete de aquí.
                   Yudhisthira estaba furioso con el rey por la forma tan indecorosa en que trató de
               evitar el asunto. Su frente estaba húmeda de sudor, pero tuvo que controlar su ira; se
               dirigió a su querida esposa y le dijo:
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