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—¿Cómo piensas que ahora, que has venido a mí, mi querida dama, voy a dejarte ir
tan pronto? Mandaré el vino con alguna otra persona; tú quédate, compláceme y luego
te podrás ir.
Kichaka se le acercó y trató de agarrarla de la mano. Draupadi le empujó y le tiró al
suelo impulsada por el frenesí nacido del miedo, tras lo cual trató de alejarse corriendo
de allí; corrió en dirección a la corte de Virata.
Allí estaba Yudhisthira y quería su protección. Arrojando el cuenco de oro al suelo,
corrió tan deprisa como pudo. Kichaka corrió tras ella, la agarró por el pelo y la tiró al
suelo pisándola con su pie. Draupadi estaba desesperada, con el pelo flotando tras ella
como una nube, corrió hacia la corte de Virata.
El rey la miró y Yudhisthira también, pero nadie dijo una palabra. Bhima acababa de
llegar allí por casualidad; presenció la escena y sus ojos ardieron en llamas. Respiraba
fuego y hubiera matado a Kichaka en aquel mismo lugar. Comenzó a arrancar un árbol
que estaba a mano, pero Yudhisthira le detuvo con una mirada y le dijo:
—Si deseas fuego para tu horno, no rompas las ramas de este árbol, la madera estará
demasiado verde, no arderá; no tiene sentido que gastes tus energías en el árbol. Cuando
el árbol esté lo suficientemente seco, puedes destruir al árbol ofensor; no es el momento
adecuado.
Bhima entendió lo que quería decir, no debían estropear su futuro actuando precipi-
tadamente, debía esperar.
Bhima miraba al suelo y permanecía callado. Draupadi vio todo aquello y estaba
furiosa con Yudhisthira.
Miró al rey y le dijo:
—Mi señor, ¿cómo puedes permitir que ocurra esto en tu reino? He venido a ti
pidiéndote protección, debes protegerme de este hombre que me está maltratando; tengo
cinco maridos pero no pueden castigar a este hombre, permanecen callados; tú eres el
rey, no tengo otro refugio que tú, debes salvarme de la ruina, apelo a ti.
El rey estaba callado, no podía hacer nada. El poderoso Kichaka era el jefe de su
ejército y no podía atreverse a enfrentarse con él. No se atrevía a dirigirle palabras de
reproche. Nadie podía hacer nada excepto observar el proceso de aquel incidente. El rey
le dijo a Draupadi:
—No puedo juzgar algo que no ocurrió en mi presencia, sólo vi el final; hasta que no
sepa que toda la culpa es de Kichaka no puedo hacer nada. ¿Cómo sé qué provocó el
que te golpeara? Quizás estaba justificado, no lo sé; por favor, vete de aquí.
Yudhisthira estaba furioso con el rey por la forma tan indecorosa en que trató de
evitar el asunto. Su frente estaba húmeda de sudor, pero tuvo que controlar su ira; se
dirigió a su querida esposa y le dijo: