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doncellas conmigo, elige cualquiera de ellas, te daré lo que quiera que pidas, pero no
pienses en Sairandhri; si quieres vivir, no pienses en ella, o te causará la muerte. Yo te
quiero, no me hagas infeliz; quiero que olvides a Sairandhri.
Kichaka la miró y se rió diciendo:
—Mi querida hermana, después de mirar a Sairandhri, ¿cómo puedo pensar en
alguien más? Ella es la única mujer para mí, es tan radiante como el fuego; su figura
es una gran llama y sus ojos las chispas que salen de él. Su pelo es una nube de humo,
tratando en vano de desvanecer su brillantez. Su belleza es tan única que empobrece el
lenguaje que trata de describirla. Separar de ella su belleza y luego describirla es como
separar el perfume de la flor del champaka. Sería tan difícil como capturar el brillante
rojo sangre del rubí, o el frío y fogoso verde de la esmeralda. Hermana mía, tengo que
conseguirla. Hablas de sus cinco maridos los gandharvas, ¿a mí qué me importan? ¿no
soy yo un guerrero? Puedo matar a mil gandharvas con las manos desnudas. ¿Por qué
preocuparse de cinco? Tú no sabes nada sobre mujeres, si una mujer ve a un hombre que
es hermoso y que sabe hablar cosas bellas, no puede resistírsele. Cualquier mujer, incluso
la que es fiel a su marido. Esta mujer parece ser una mujer apasionada, seguro que es del
tipo de las que les gusta tener siempre a su marido con ella. Debe sentirse miserable sin
los abrazos de un hombre. Dices que tiene cinco maridos y que ha estado separada de
ellos los últimos once meses, seguramente será fácil coaccionarla. Se someterá fácilmente
a mi amor. A una mujer como ella, que está hecha para el acto del amor, no le será fácil
resistirse a un hombre después de meses de soledad. Su respuesta será maravillosa. Ella
me complacerá y yo sé que podré complacerla, sólo tengo que estar a solas con ella.
Debes arreglártelas de algún modo para mandarla a mi palacio. Yo me cuidaré del resto,
la haré mía.
A Sudeshna no le gustaba que le ocurriera esto a su hermano, tenía un miedo in-
stintivo y sabía que las amenazas de Sairandhri no eran vanas palabras. Sabía que su
hermano estaba cortejando a la muerte al tratar de hacer el amor con esta mujer, pero
sentía lástima por él y quería que fuera feliz. Le dijo:
—Mi querido Kichaka, ¿por qué te has vuelto tan tonto? Sé que te matarán por el
insulto que piensas inferir a Sairandhri y no quiero que muera mi querido hermano. Eso
es por lo que estoy tratando de decirte esto, pero veo que eres testarudo. Haré lo que
pueda, pero ahora debes irte. Muy pronto te la mandaré, le pediré que me traiga vino de
tu palacio. Si puedes ganártela, estupendo, pero si no, temo el futuro, tengo miedo por ti.
Kichaka abrazó a su hermana contra su pecho y le dijo:
—No hay nadie como tú, mi querida hermana, nunca olvidaré tu bondad. —Kichaka
se alejó apresuradamente del palacio, empujado por el destino.