Page 307 - Mahabharata
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4. Virata                                                                                287


                   Radheya aceptó sus palabras encogiendo sus hombros con resignación; sabía que
               estaba indefenso en contra del destino. Se secó las lágrimas de sus ojos como diciendo

               « no importa », y se inclinó ante Indra. Indra elevó su mano derecha y bendijo a Radheya
               con estas palabras:
                   —Que tu nombre perfume la posteridad, aquellos que oigan pronunciar tu nombre,
               aquellos que oigan la historia de tu sacrificio, nunca más se apartarán del camino de la
               verdad.
                   Desde los cielos llovieron flores sobre Radheya e Indra, y una brisa fresca inundó el
               ambiente. La tierra se humedeció con unas cuantas gotas de lluvia que aceptó complacida
               como un regalo del señor de los dioses. Indra desapareció. Por un lado le había robado
               la vida a Radheya, mientras que por otro, le había otorgado la vida eterna.


                                                       Capítulo VIII
                                     KICHAKA SE ENAMORA DE DRAUPADI


                    A reina amaba a Draupadi, que era tratada casi como una reina por haber sido en su
               L tiempo una dama de compañía de la reina de los pandavas. Tenía modales dulces y
               encantadores, lo cual le granjeaba el afecto de todo el mundo. Draupadi había pasado
               diez meses del Ajnatavasa en el palacio de la reina de los viratas.
                   La reina tenía un hermano, su nombre era Kichaka y era el jefe del ejército del rey,
               que había salido en una campaña de conquistas en la época en que los cinco pandavas
               entraron en Virata. Kichaka entró triunfante en la capital. Hubo una gran recepción en
               su honor y después de que todo hubo acabado, Kichaka se dirigió a los aposentos de su
               hermana a hacerle una visita. Él era el gran favorito de su hermana, pasó un tiempo con
               ella y volvió a su palacio. En el camino de regreso, vio los jardines de Sudeshna.
                   El jardín estaba lleno de flores, pues ya había llegado la primavera, era un lugar
               encantador.
                   Kichaka se quedó por un momento mirando el hermoso jardín y de repente entró en

               él. ¿Por qué entró? ¿Qué le hizo entrar? Quizás el aroma de un perfume, quizás una
               rama cargada de flores señalándole, pero fue el destino y nada más lo que le hizo entrar
               al jardín y pasearse entre las flores. De repente vio a Sairandhri, la miró y todo se hizo
               luz. Sairandhri era hermosa, pero Kichaka había conocido muchas mujeres hermosas.
               Quizás fue su encanto, su dignidad, su gracia; otras mujeres tenían todas esas cualidades,
               pero Sairandhri le hizo su esclavo.
                   Draupadi había ido allí buscando un momento de paz.
                   Paseaba frecuentemente desde que la reina le había permitido usar su jardín cuando
               quisiera estar sola con sus pensamientos. La entrada triunfal de Kichaka en la ciudad
               recordó a Draupadi las entradas de Bhima, Nakula, Shadeva y Arjuna durante los días
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