Page 53 - Mahabharata
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1. El comienzo 33
con ojos de deseo, sino con los que se mira a una hija. Sé mi nuera: sería feliz de aceptarte
para mi hijo.
Entonces la mujer dijo:
—En verdad eres un hombre virtuoso. Que sea como dices. Por el respeto que te
tengo seré una esposa de la dinastía de los Bharatas cuyas virtudes sería incapaz de
contar ni en cien años. Pero tu hijo jamás debe saber mi origen celestial ni juzgar mis
actos, sea lo que sea lo que yo haga. Entonces le haré feliz y por los hijos que le daré y
por sus propios méritos alcanzará los cielos. —Y diciendo esto desapareció en el río.
Desde aquél día el rey conservó siempre en su memoria la promesa que había hecho,
mientras esperaba la llegada de un hijo.
Pasó el tiempo y como ya iban llegando a una edad avanzada, Pratipa y su esposa
practicaron austeridades y penitencias hasta que por fin tuvieron un hijo. Este hijo no
era otro que la encarnación de Mahabhisha; y, como era hijo de un hombre que por sus
austeridades había alcanzado la serenidad, le llamaron Santanu.
Santanu creció entregado a la virtud, convencido de que sólo mediante los buenos
actos se alcanza el cielo. Cuando llegó a la mocedad, su padre le dijo:
—Hace mucho tiempo tuve un encuentro con una dama celestial a la que prometí
que sería tu esposa. Si te encuentras secretamente con aquella hermosa mujer de piel
clara y te pide que le des hijos, acéptala y no juzgues sus actos ni le preguntes quién es ni
de dónde viene.
Después de esto, Pratipa nombró rey a Santanu y poniendo todo su reino en sus
manos, se retiró a los bosques para entregarse a sus prácticas religiosas.
Capítulo III
EN LAS ORILLAS DEL GANGES
L rey Santanu se convirtió en un hábil y ardiente cazador. Y fue así como un
E día, mientras cazaba a orillas del Ganges, se encontró con Ganga. Fue como una
visión. Allí estaba aquella hermosa mujer, de pie. Su piel brillaba como el oro, sus
ojos eran grandes y lustrosos. Con los dedos peinaba sus largos cabellos que le caían
sobre el cuerpo como Rahu tratando de cubrir la Luna. El rey quedó como paralizado,
contemplándola absorto. Le parecía una ninfa que hubiera descendido de los cielos a la
Tierra para deleite de sus ojos. Se le acercó, y ella, al escuchar el ruido giró, lo miró y un
destello hechizante iluminó su cara. En sus labios se dibujó una tenue sonrisa mientras
jugaba dibujando formas en la tierra con la punta de su pie. Un momento después volvió
a levantar la mirada posando su vista sobre él, y el rey advirtió que a ella le gustaba su
compañía.
Se acercó. Tomó vacilante su mano entre las suyas, y le dijo: