Page 71 - Mahabharata
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Por otra parte, el rey de Madrás celebró un Swayamvara para su hija Madri, la cual
eligió a Pandu como su esposo, pues sobresalía en gentileza y belleza muy por encima
de sus rivales. Bhishma estaba muy complacido con las nuevas esposas que iban a
convertirse en reinas de la gran Casa de los Kurus.
Capítulo XII
EL HIJO DEL SOL
L rey Sura era uno de los Vrishnis. Tenía un hijo llamado Vasudeva y una hija
E llamada Pritha, que era la mayor. Este rey tenía un primo llamado Kuntibhoja
al cual había prometido dar en adopción a su primer descendiente. Cumpliendo su
promesa, le entregó a su hija Pritha, para que la educase y la criase como si fuese su hija.
Era una hermosa niña de dulces modales, por lo que se convirtió en el ser más querido
de su padrastro, el cual le puso el nombre de Kunti.
Una vez, el sabio Durvasa fue a la capital de Kuntibhoja. Era famoso en todo el
mundo por la severidad de sus austeridades y su fuerte genio. Quería pasar algún
tiempo en la corte del rey, el cual encargó a Kunti que cuidase de que el sabio tuviera una
estancia cómoda. Durante todo un año Kunti se afanó en cumplir su tarea, dificultada
por el hecho de que Durvasa se ausentaba de la corte sin previo aviso y regresaba a veces
a altas horas de la noche. Pero ella se desenvolvió admirablemente, teniendo siempre
preparada su comida, su baño o su lecho, de forma que el sabio nunca observó en ella ni
la más pequeña falta. Admirado por su dedicación, el sabio se sintió muy complacido y
quiso otorgarle un don. Durvasa la llamó a su presencia y le dijo que podía pedirle el
don que quisiese, pero ella contestó que no quería nada. Entonces Durvasa le reveló un
mantra mágico con el cual podía conseguir que viniese a por ella cualquier Deva en el
que pensase mientras recitaba el mantra. Ella recibió el regalo con humildad y Durvasa
se marchó.
La niña, que apenas empezaba a ser mujer, no entendió bien el significado profundo
de lo que le había dicho el sabio. Estaba muy contenta con su regalo, como un niño al
recibir un juguete nuevo. Era de madrugada, y a través de las ventanas que daban al
oriente podía ver el Sol elevándose sobre la aurora. El cielo tenía el color del oro líquido
y las aguas del río golpeaban plácidamente las murallas del palacio. Las aguas brillaban
con tonos rojos y dorados refrescando los rayos de la alborada. La escena conmovió el
corazón de la niña, la cual estaba absorta ante tanta belleza. Y por un momento pensó
lo maravilloso que sería que el Sol estuviera allí a su lado. En ese momento se acordó
del mantra que le había dado el gran Durvasa. Y la niña, como jugando en su ingenua
ignorancia, unió sus manos con las palmas hacia arriba como una flor de loto, e invocó al
Sol recitando el mantra que había aprendido.