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—Veías como este insecto te estaba picando, y sentías el intenso dolor, ¿cómo no te
has incorporado para deshacerte de él?
—Mi señor —dijo Radheya—, tú dormías en mi regazo y estabas cansado. Para mí
era más importante tu sueño que mi dolor y no quería molestarte, por eso no le presté
atención.
La explicación de Radheya aún aumentaba el asombro del sabio el cual se sentía muy
confundido. Le dijo:
—No puedo entenderlo, ¿cómo puede un brahmín soportar un dolor tan fuerte? Es
bien sabido por todos que los brahmanes no pueden soportar el dolor, ni siquiera pueden
ver la sangre. ¡Dime la verdad! Tú no eres un brahmín; sólo un kshatrya puede hacer lo
que tú has hecho. ¿Será posible que después de todos estos años de dedicación le haya
enseñado todos mis astras a un malvado kshatrya? Nunca te perdonaré que me hayas
engañado de esta manera. Eres un kshatrya, ¡admítelo!
Radheya cayó a los pies de Bhargava y le dijo:
—Perdóname mi señor. Para mí tú has sido más que un padre, y como padre deberías
perdonar las faltas de tu hijo. Cierto es que no soy un brahmín, pero tampoco soy un
kshatrya. Yo soy Radheya el sutaputra. Un suta es el hijo de un kshatrya y un brahmín,
por eso me atreví a decirte que era un brahmín, pero sólo con la intención de adquirir
conocimientos. Y se dice que el conocimiento no hace diferencias de castas ni credos. En
tu nobleza, te pido que seas tolerante con mi falta; mi deseo era solamente convertirme
en tu discípulo. Me he entregado a ti, por favor, ten misericordia y perdóname, te lo
ruego.
Bhargava estaba furioso y no prestaba atención a sus lágrimas ni a sus ruegos. En ese
momento nada le conmovía pues había olvidado todo lo que le unía a Radheya, tan solo
una idea persistía en su cabeza: « Me ha dicho una mentira. » Y en ese estado de furia,
Bhargava maldijo a Radheya sin contemplaciones:
—Bajo falsas pretensiones has aprendido de mí cuanto sabía. Pero en la situación
más desesperada, cuando necesites un astra, tu memoria te fallará y no podrás invocarlo.
Al oír esto Radheya cayó al suelo sin sentido.
Poco tiempo más tarde volvió en sí y le imploró al rishi, temblándole el cuerpo:
—¿Por qué, por qué me has maldecido de esta forma, mi señor? Pero las palabras
que había pronunciado el rishi eran ya irrevocables.
Bhargava se dirigió entonces a Radheya en un tono algo más calmo y le dijo:
—Lo que he dicho ya nada puede cambiarlo, pero como paliativo hay algo que puedo
asegurarte. Querías fama; pues la conseguirás. Serás conocido hasta en la posteridad
como el arquero mejor de la tierra. —Tras decir esto el gran Bhargava le dejó y se fue.