Page 180 - Egipto Tomo 1
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166 MEMPHIS. LAS PIRAMIDES
quien se acordara de los restos de Alemphis. Paulatinamente fueron desapareciendo: piedra
á piedra pasaron á la orilla opuesta del Nilo, y en el paroxismo de la destrucción fué
hecha pedazos más de una estatua venerable por su significación y antigüedad. A mediados
del siglo décimo quinto un emir ordenó la demolición de la «Capilla Verde,» motivo
constante de admiración, por lo mismo que estaba labrada en una mole inmensa de peña
más dura que el mismo acero,
y con todo esto completamente cubierta de figuras y
leyendas: la áurea estatua con ojos de piedras preciosas, custodiada en otro tiempo dentro
de esta obra altamente maravillosa, consagrada tal vez á Khonsu, el dios de la Luna, había
desaparecido hacia mucho tiempo. No debe sorprendernos: Abd-al-Latif, poseído de noble
indignación, nos habla de la sed de oro que como enfermedad contagiosa habíase apoderado
de sus contemporáneos, consignando al efecto el hecho de que, doquiera existian ruinas,
registrábanse afanosamente por manos profanas, que á nada más atendían que á propor-
cionarse escondidos tesoros, á cuya posesión se consideraban con derecho indiscutible. El
furor, que no otro nombre merece tan desordenado espíritu de pillaje, llegó á tal extremo,
que fueron arrancadas las lañas de cobre que unian las piedras unas á otras; arrebatados
los goznes de bronce existentes en las puertas; y taladrados los colosos en cuyo interior
se presumía que habian de encontrarse riquezas. Los buscadores de tesoros se introducían
en las hendiduras de las montañas como los ladrones en una casa; se deslizaban arras-
trándose á lo largo de las aberturas, y en su frenesí invirtieron algunos cuanto poseían en
investigaciones infructuosas, dándose el caso de que los que nada tenían arrastraran á
muchos que contaban con un capital más que mediano, á fin de que lo emplearan en costosas
exploraciones en busca de tesoros imaginarios; pues como suele suceder en tales casos,
las decepciones que se experimentaran, olvidábanse por completo en el punto y hora en
que venia' á coronar los esfuerzos un éxito inesperado. Cuando las ruinas no brindaban
ya recompensas á los muchos que las buscaron, siendo contado el número de los que
realmente las obtuvieron, al buscador de tesoros problemáticos sucedió el labrador, que
á fuerza de afanes obtuvo del suelo de Memphis, en forma de cereales y de árboles frutales,
una recompensa más merecida.
Y sin embargo, dirigiéndonos hácia el oeste, y recorriendo la amarilla arena de las
tumbas y de los campos de las pirámides, podemos formarnos idea de lo que debió ser la
ciudad que sepultó sus cadáveres en el más vasto de los cementerios que en tiempo alguno
han existido. Empecemos, pues, nuestra caminata por el Norte, y visitemos desde luego
las pirámides más grandiosas, es decir, las que toman su nombre de la vecina aldea de
Gizeh, aprovechándonos de los cómodos carruajes, que marchando sobre una buena calzada,
nos conducirán á ellas en poco más de una hora, desde la puerta de nuestro domicilio.
Y aquí cumple decir que los habitantes del Cairo, suelen visitar las pirámides
, por via de
pasatiempo en los dias festivos: y hacen en ello perfectamente; pues es difícil encontrar
«paseo campestre» alguno, que ofrezca los encantos que éste y suscite en el ánimo tantas
y tan variadas emociones.