Page 388 - Egipto Tomo 1
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                regocijos, y asistir durante  el mes de shaual á la marcha de la gran caravana que va en
                peregrinación á la Meca.  Dirigiendo la vista por encima de esta muchedumbre compacta y
                movediza, y por entre las mezquitas que en medio de ella se levantan, se ofrecerá á nuestras
                miradas la vastísima ciudad que se extiende á lo léjos hacia  el Norte y hácia el Occidente;
                pudiendo distinguir numerosas figuras humanas y prendas flotantes sobre los techos de
                plana superficie, en los cuales se distinguen ciertas aberturas, semejantes á los cobertizos
                que protegen las escaleras que conducen á los pisos existentes debajo de  la cubierta de los
                buques h  Dichos cobertizos, de madera, llamados mulkufs, forman una pequeña ciudad
                encima de la otra, pero el ojo no puede detenerse mucho tiempo en su contemplación; pues
                se halla solicitado por los esbeltos alminares cuyas siluetas se dibujan por centenares en
                todas direcciones do quiera se dirige la mirada. Los rayos del sol y el brillo deslumbrador
                de las encaladas paredes, ciegan casi al espectador que dirige sus miradas á la ciudad; y no
                tiene más recurso que bajar los ojos y convertir su atención hácia el Oeste, á lo léjos, donde
                                             se divisan  la tersa superficie del Nilo,  las
                                             tierras de labor que sus aguas fertilizan, y
                                             las pirámides que se dibujan en el último tér-
                                             mino del horizonte, junto á la línea del árido
                                             desierto, y al pié de las estribaciones de  la
                                             montaña líbica. Las pirámides son para  el
                                             Cairo lo que el Vesubio para Nápoles: cons-
                                             tituyen su rasgo característico, de manera
                                             que si por acaso apesar de vivir en medio de
                                             los productos de la civilización egipcia, con-
                vertimos  el pensamiento á la lejana patria, basta su presencia para recordarnos que nos
                encontramos en la tierra de los faraones.  El Mokatam hácia el Occidente, y á la parte del
                Sud , á nuestros piés, las colinas coronadas de molinos de viento y los inmensos montones de
                escombros sólo logran fijar por un momento nuestras miradas: en cambio el extraño aspecto
                de la necrópolis del Cairo nos llama poderosamente la atención  , puesto que en  el suelo
                arenoso  se levantan numerosos grupos de  construcciones que  constituyen  otros  tantos
                cementerios, detrás de los cuales se distinguen mausoleos que terminan en cúpulas, siendo
                de ellos los más notables los pertenecientes, á los mamelucos, situados debajo de nosotros,
                al Sud y los de los califas al Nordeste de la ciudadela.
                  Mas para contemplar este magnífico panorama en toda su indescriptible belleza no es el
                momento más apropósito aquel en que lo inundan de luz los rayos del Sol; puesto que en tal
                                                          contrastan  el gris y  el
                caso sólo se distingue un conjunto de colores en que dominan y
                amarillo,  el blanco deslumbrador, y el ceniciento, resaltando acá y acullá algunas manchas
                 1  Compréndese perfectamente que la disposición de las casas orientales con sus azoteas y sus tragaluces, llame tan poderosamente la
                atención de un habitante del Norte, acostumbrado é los techos de pizarra dispuestos de modo que ni se detenga en ellos la nieve, ni .e
                comuniquen con el interior. — V.
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