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solo momento, que ella preferiría el afecto de Eduardo Linton al

                  mío. Si él la amase con toda la fuerza de su alma mezquina, no

                  la amaría en ochenta años tanto como yo en un día. Y Catalina


                  tiene un corazón como el mío. Antes se podría meter el mar en

                  un cubo que el amor de ella pudiera reducirse a él. Le quiere

                  poco más que a su perro o a su caballo. No le amará nunca

                  como a mí. ¿Cómo va a amar en él lo que no existe?



                  —Catalina y Eduardo se quieren tanto como cualquier otro

                  matrimonio — exclamó bruscamente Isabel. Nadie posee el

                  derecho de hablar de esta manera, y no te consentiré que


                  desprecies a mi hermano en presencia mía.


                  —También a ti tu hermano te quiere mucho, ¿no? —comentó

                  Heathcliff despreciativamente. Mira cómo se apresura a dejarte


                  abandonada a tu propia suerte.


                  —Él ignora cuánto sufro —dijo ella. No se lo he contado.


                  —Eso quiere decir que le has contado algo.


                  —Le escribí para anunciarle que me casaba. Tú mismo viste la


                  carta.


                  —¿No has vuelto a escribirle?


                  —No.


                  —Me duele ver lo desmejorada que está la señorita —intervine


                  yo. —Se ve que le falta el amor de alguien, aunque no esté yo

                  autorizada para decir de quién.










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