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C A P Í T U L O XIV





                  En cuanto leí aquella carta fui a ver al amo, y le dije que su


                  hermana estaba en Cumbres Borrascosas y que me había

                  escrito interesándose por Catalina, manifestándome que tenía

                  interés en verle a él y que deseaba recibir alguna indicación de

                  haber sido perdonada.



                  —Nada tengo que perdonarle —repuso Linton. —Vete a verla, si

                  quieres, y dile que no estoy enfadado, sino entristecido, porque

                  pienso, además, que es imposible que sea feliz. Pero que no


                  espere que voy a ir a verla. Nos hemos separado para siempre.

                  Sólo me haría rectificar si el villano con quien se ha casado se

                  marchara de aquí.



                  —¿Por qué no le escribe unas líneas? —insinué, suplicante.


                  —Porque no quiero tener nada de común con la familia de

                  Heathcliff — respondió.


                  Aquella frialdad me deprimió infinitamente. En todo el tiempo


                  que duró mi camino hacia las Cumbres no hice más que pensar

                  en la manera de repetir, suavizadas, a Isabel las palabras de su

                  hermano. Se diría que ella había estado esperando mi visita

                  desde primera hora. Al subir por la senda del jardín la distinguí


                  detrás de una persiana y le hice una señal con la cabeza; pero

                  ella desapareció, como si desease que no se la viera. Entré sin

                  llamar. Aquella casa, antes tan alegre, ofrecía un lúgubre


                  aspecto de desolación. Creo que yo, en el caso de mi señora,





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