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perdona el dolor que le causó. Pero entiende que debe evitarse
toda relación que, según dice, no valdría la pena.
La señora Heathcliff volvió a sentarse junto a la ventana. Sus
labios temblaban ligeramente. Su esposo se sentó a mi lado y
comenzó a hacerme preguntas relativas a Catalina.
Traté de contarle solamente lo que me pareciera oportuno, pero
él logró averiguar casi todo lo relativo al origen de la
enfermedad. Censuré a Catalina como culpable de su propio
mal, y acabé manifestando mi opinión de que el propio
Heathcliff seguiría el ejemplo de Linton y evitaría todo contacto
con la familia.
—La señora Linton ha comenzado a convalecer —terminé —;
pero, aunque ha salvado la vida, no volverá nunca a ser la
Catalina de antes. Si tiene usted afecto hacia ella, no debe
interponerse más en su camino. Más le diré: creo que debería
usted marcharse de la comarca. La Catalina Linton de ahora no
se parece a la Catalina Earnshaw de antes. Tanto ha cambiado,
que el hombre que vive con ella sólo podrá hacerlo recordando
lo que fue anteriormente y en nombre del deber.
—Posible es —respondió Heathcliff— que tu amo no sienta otros
impulsos que los del deber hacia su esposa. Pero ¿crees que
dejaré a Catalina entregada a esos sentimientos? ¿Crees que mi
cariño a Catalina es comparable con el suyo? Antes de salir de
esta casa, has de prometerme que me proporcionarás una
entrevista con ella. De todos modos, la veré, quieras o no.
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