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ruido de una caída escaleras abajo y varios aullidos lastimeros

                  me hicieron comprender que el perro no había podido esquivar

                  el encuentro. Earnshaw no me vio; fui más afortunada. Pero un


                  momento después llegó José con Hareton, en cuyo cuarto yo

                  me había refugiado, y me dijo:


                  —Creo que ya está la casa vacía. Queda sitio para las dos:


                  usted y su soberbia. Ocúpelo y permanezca con el que todo lo

                  ve y todo lo sabe y no desprecie ni aun las malas compañías.


                  Me acomodé en una silla al lado del fuego, y a poco me dormí

                  profundamente. Pero mi sueño, aunque agradable, duró muy


                  poco. Heathcliff, al llegar, me despertó y me preguntó

                  amablemente qué hacía allí. Le dije que no me había acostado

                  todavía porque él tenía en el bolsillo la llave de nuestro cuarto.


                  La expresión de nuestro le ofendió inmensamente, juró que no

                  era ni sería jamás mío y dijo...


                  Pero te hago gracia de su lenguaje y de su comportamiento

                  habitual. Él procura excitar mi odio por todos los medios. Su


                  modo de obrar me produce a veces una estupefacción que me

                  hace olvidar el temor que siento. Y eso que un tigre o una

                  serpiente venenosa no me atemorizarían más que él. Me habló


                  de la enfermedad de Catalina y culpó a mi hermano de ser el

                  causante de ella, agregando que me consideraba como si yo

                  fuese el propio Eduardo a efectos de vengarse...















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