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concluirá antes. ¡sí, hombre, sí! ¡Plaf! Me asombra que no se
haya torcido el fondo del cacharro.
El preparado que vertía en los tazones era, en verdad lo
confieso, menos que mediano. Había en la mesa cuatro tazones
y un jarro de leche. Hareton lo cogió, se lo aplicó a los labios y
comenzó a beber, vertiéndosele parte por las comisuras de la
boca. Yo le reprendí y le dije que la leche se bebía en vasos, y
que yo no la tomaría después de llevarse él el jarro a la boca. El
viejo rufián se mostró muy enojado de mis escrúpulos, y me
aseguró con insistencia que el chico valía tanto como yo y que
estaba sano.
El chiquillo continuaba sorbiendo y babeando, y me miraba
ceñudo, como si me desafiara.
—Me voy a cenara otro sitio —dije. —¿No hay aquí algo
parecido a un salón.
—¿Salón? —se enojó José. —No; no hay salón. Si nuestra
compañía no le conviene, tiene la de los amos, y si la de ellos no
le gusta, la nuestra.
—Me voy arriba —repuse. —Enséñeme una habitación. Puse mi
tazón en una bandeja y me fui a buscar más leche yo misma.
El hombre se levantó a regañadientes y me acompañó al piso
superior.
Llegamos al desván y me fue mostrando sus distintas
divisiones.
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