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La fatiga y la pena me habían hecho perder ya hasta la

                  dignidad.


                  —José le enseñará el cuarto de Heathcliff—contestó. —Abra la


                  puerta y le hallará allí.


                  Cuando iba a obedecer, agregó con singular acento:


                  —Cierre la puerta con llave y cerrojo. No lo olvide.


                  —¿Por qué, señor Earnshaw? —inquirí, ya que la idea de


                  encerrarme con Heathcliff a solas no me seducía.


                  —¡Mire esto! —contestó, sacando del bolsillo una pistola con una

                  navaja de muelles de doble hoja unida alarma. —¿Verdad que


                  constituye una tentación para un hombre desesperado? Pues

                  no hay ni una sola noche que pueda dominar el deseo de ir a

                  probarla a la puerta de Heathcliff. El día que la encuentre

                  abierta, es hombre perdido. Todas las noches lo hago


                  inevitablemente, aunque antes no dejo de pensaren múltiples

                  razones que me aconsejan no efectuarlo.


                  Hay sin duda algún demonio que quiere que le mate para


                  desbaratar mis propios planes. Procure usted, si ama a

                  Heathcliff, luchar contra este demonio, porque, cuando le llegue

                  la hora, ni todos los ángeles del cielo reunidos podrían salvarle.



                  Examiné el arma con curiosidad, y un horrible pensamiento vino

                  a mi mente: lo fuerte que yo me sentiría si tuviese semejante

                  artefacto en mi poder. La expresión, no de asombro, sino de

                  codicia que mi cara adoptó durante un segundo, asombró a








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