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Vuestro antiguo criado, José, salió a recibirnos de un modo que

                  habla muy alto de su cortesía. Lo primero que hizo fue levantar

                  hasta la altura de mi rostro la bujía que llevaba en la mano,


                  esbozar un guiño maligno, sacar hacia delante el labio inferior y

                  volverla espalda. Después se hizo cargo de los caballos, los llevó

                  a la cuadra y reapareció al fin para cerrar la puerta exterior,

                  como si moráramos en un castillo antiguo.



                  Heathcliff habló un rato con él, y yo entretanto entré en la

                  cocina, que es una especie de sucia cueva que probablemente

                  no conocerías si volvieras a verla, pues ha cambiado mucho.


                  Cerca del fuego estaba un niño robusto, con aspecto de pilluelo,

                  algo parecido a Catalina en los ojos y la boca.


                  «Debe de ser el sobrino de Eduardo —pensé—,y, por tanto, es


                  pariente mío hasta cierto punto. Así que debo darle la mano y

                  besarle. Procuremos establecer desde el principio relaciones

                  amistosas en esta casa» Me acerqué a él y, tratando de cogerte

                  la mano, le dije:



                  —¿Cómo estás, queridito? Él me replicó unas palabras

                  ininteligibles.


                  —¿Vamos a ser amigos, Hareton? —agregué.



                  Me contestó con un juramento, y añadió la amenaza de azuzar

                  a Tragón contra mí sino me marchaba.


                  —¡Arriba, Tragón—gritó el desventurado al perro, que estaba en

                  un rincón. Y añadió, mirándome:









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