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C A P Í T U L O XIII
Dos meses permanecieron ausentes los fugitivos. Durante aquel
intervalo la señora sufrió y dominó lo más agudo de una fiebre
cerebral, como diagnosticaron su dolencia. Ninguna madre
hubiera cuidado a su hijo con más devoción que Eduardo cuidó
a su esposa. Día y noche estuvo a su lado, soportando cuantas
molestias le producía. Kennett no ignoraba que aquello que él
salvaba de la tumba sólo serviría para aumentar los desvelos
de Linton con un nuevo manantial de preocupaciones. Eduardo
sacrificaba su salud y sus energías para conservar la vida de
una piltrafa humana. No obstante, su gratitud y su alegría
fueron inmensas cuando Catalina estuvo fuera de peligro.
Horas enteras permanecía sentado a su lado, vigilando los
progresos de su salud, y esperando en el fondo que su esposa
recobrase también el equilibrio mental y volviera a ser lo que
había sido antes.
La primera vez que ella salió de su habitación la contemplaron
ansiosamente.
—Son las primeras flores que brotan en las Cumbres — exclamó.
Me recuerdan los vientos templados que funden los hielos, el
cálido sol y las últimas nieves, Eduardo, ¿sopla el viento del Sur?
¿Se ha fundido la nieve ya?
—Aquí ya no hay nieve, querida —contestó su marido. —Sólo se
divisan dos manchas blancas en toda la extensión de los
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