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—El amo le informará —contesté. —Usted conoce el carácter

                  violento de los Earnshaw, y no ignora que la señorita Catalina

                  los deja a todos en mantillas. Lo único que puedo decirle es que


                  lo ocurrido se inició por una disputa, y que, después de una

                  explosión de furor, sufrió un ataque. Ella lo ha explicado así:

                  nosotros no lo vimos, porque se encerró en su alcoba. Luego se

                  negó a tomar alimento, y ahora delira unas veces y otras se


                  entrega a sueños fantásticos. Aún nos reconoce, pero su cabeza

                  está llena de ideas muy extrañas.


                  —El señor Linton estará muy disgustado...



                  —¡Tanto, que se rompería la cabeza si pasase algo! Procure no

                  alarmarle más de lo conveniente.


                  —Ya advertí que se anduviera con cuidado, y ahora hay que

                  atenerse a las consecuencias de no haberme atendido —repuso


                  el médico. —¿Ha intimado el señor Linton con Heathcliff

                  últimamente?


                  —Heathcliff iba a la Granja —reconocí—, pero no porque ello le


                  agradara al amo, sino aprovechando su amistad de la infancia

                  con la señora. Ahora se le ha invitado a no molestar con sus

                  visitas, como consecuencia de ciertas intolerables aspiraciones

                  que manifestó respecto a la señorita Isabel. No creo que vuelva


                  otra vez por casa.


                  —¿Le ha rechazado la señorita? —preguntó el médico.


                  —Ella no me hace confidencias —respondí.









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