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pantanos. El cielo está azul, las alondras cantan y los riachuelos
llevan mucha corriente. La primavera del año pasado, Catalina,
yo temblaba de impaciencia de tenerte conmigo bajo este
techo. Ahora, en cambio, quisiera verte en aquellas colinas. El
aire de allí es tan puro que te curaría.
—Sólo iré a aquel sitio una vez más —dijo ella. —Me dejarás allí,
y allí me quedaré para siempre. Así, dentro de un año volverás a
suspirar por tenerme aquí contigo; recordarás este día y
pensarás que ahora eres feliz.
Linton la acarició y le prodigó las más dulces palabras; pero
Catalina, al contemplar las flores, rompió a llorar
involuntariamente. Como nos parecía que en realidad estaba
mejor, llegamos a la conclusión de que, al ser su larga reclusión
en aquel cuarto la causa de su abatimiento, éste podía
remediarse parcialmente cambiándola de lugar.
El amo me mandó que encendiera la chimenea del salón, hacía
tanto tiempo abandonado, y que colocara en él un sillón junto a
la ventana. Catalina pasó un largo rato en esta habitación y se
reanimó con el calor y con la vista de los objetos que la
rodeaban, los cuales, aunque le eran familiares, diferían de los
que veía a diario y que asociaba con sus delirios. No pudiendo
al oscurecer convencerla de volver a su cuarto, al que se negó a
ir de nuevo, le arreglé un lecho en el sofá, en tanto que
disponíamos otro aposento. Este cuarto donde está ahora
usted fue el que arreglamos.
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